lunes, 23 de diciembre de 2013

XXIII. La Navidad en casa es de mi vieja

A mi madre siempre le han encantado los árboles de navidad enormes, frondosos y abundantemente ornamentados. Muchas veces me ha contado historias que vivió de cuando era niña, de la mano con mi abuela que desafortunadamente no llegué a conocer. Las cenas, los humildes regalos, las tradiciones perdidas y la canción navideña de Feliciano. Yo la observo en esta época y sé que es su celebración secreta, su procesión de recuerdos valiosos que guarda con celo. Cada año, al empezar diciembre, mi vieja hace que mi padre que se suba al caluroso entretecho de la casa como un astronauta y extraiga la larga caja en donde guardan el árbol y las guirnaldas. Los adornos son almacenados con un orden casi religioso y como rito, mi madre compra algunos nuevos para bendecirlo. Todas las navidades ella me dice- mientras decora- los colores que tendrá el árbol el próximo año, luego lo vuelve a mencionar como en julio y finalmente a pocos días de salir a comprar para que no exista duda alguna. Este año en particular, lo decoró de tonos morados y dorados. Le quedó precioso.

Recuerdo que años atrás mis viejos compraban el pino natural y toda la casa se impregnaba de ese maravilloso aroma que siempre aspiro a todo pulmón cuando lo siento. Los adornos en ese entonces eran de cristal muy delgado, con cualquier mala manipulación se hacían mierda y a mi madre le daba un ataque surtido. El hueveo de las luces siempre me ha parecido gracioso. Son un verdadero atado de problema eléctrico. Mi viejo, por más que enrolle el extenso cable con las bombillitas con un cuidado arqueológico, siempre al año siguiente sale de la caja una madeja incomprensible y defectuosa. Existen dos tipos de luces, las “Malas Compañeras”, que encienden independientemente importándoles un carajo que una no lo haga- esas son fáciles de reparar- y las “Best Friends Forever”, que si se echa a perder una ninguna enciende para que la dañada no pueda ser reconocida y todas se vayan a la cresta, pero juntas en protesta.

En Chile se prohibió la compra de los fuegos artificiales por los accidentes ocurridos en los últimos años, pero guardo bellos recuerdos de eso. Cuando tenía diez u once años, siempre en Navidad y Año Nuevo encendíamos Estrellitas, que eran varitas de pólvora que soltaban chispas y Voladores, que dejábamos de pie dentro de una botella de vidrio, se le encendía la mecha y salía disparado por los aires para estallar en el cielo, si la huevada era de mala calidad, de esos con etiquetas de lenguaje desconocido, estallaba en la misma botella y parecía un bombazo de guerra mundial. A pesar del peligro se pasaba genial. Mi viejo en esa práctica volvía a ser niño, al igual que con los volantines (cometas) en Fiestas Patrias, y se emocionaba tanto como yo al encenderlos.

Sí, tantas cosas hermosas en Navidad, pero lo triste es que son navidades pasadas. Me gustaría hablar de una Navidad actual sin ver sólo consumismo, estrés y antipatía en la gente. Camino por Paseo Ahumada, uno de los pasajes de comercio más conocidos de Santiago, y entre ese millón de personas que transita ahí a diario, sólo veo seriedad en sus rostros, indiferencia ante el prójimo, choques de hombros, ceños fruncidos y niños llorones que gritan por el último Furby- qué mono más horroroso. Por otro lado, lo horrible es que en este lado del hemisferio, la Navidad viene acompañada de un sol bien maricón, que calienta con todo cuando te ve haciendo compras de última hora, 32 hasta 34 grados de calor veraniego que condensa mucho más el mal humor en la gente y en ese Santa Claus absurdamente disfrazado con atuendo polar en Latinoamérica- pobre infeliz. Mis compras navideñas trato de hacerlas rápido y ojalá confundirme con el color de la ciudad para llegar a casa sin novedad. Sin embargo, veo a mi madre admirando su árbol con los brazos cruzados contra el pecho, como queriendo mantenerse de una pieza, y toda la locura de la puerta para afuera se me olvida. Hay de nuevo una niña en nuestra casa y es mi vieja. Qué ganas de regalarle una Navidad de los años sesenta conservada en una botella. 

viernes, 25 de octubre de 2013

XXII. Admiración y confianza

Acabo de volver de una firma de libros del escritor chileno Pablo Simonetti. Fue pura buena suerte. De metiche ingresé a la página de internet de la librería Antártica esta mañana y tropecé con la visita del escritor a las 13:30 a pocas cuadras de donde trabajo. Hace semanas que estoy con ganas de leer algo nuevo- antes leía mucho más- porque ya estoy terminando Inferno de Dan Brown y no quiero quedar desprovista de alguna historia. Fui hasta el lugar y el hombre muy amablemente me lo firmó con una letra gigantesca que ocupa toda la primera página: “Para Amanda, Pablo Simonetti”. Me tomé una foto con él fantaseando que un futuro los papeles podrían invertirse.

En fin, ya que hablé de Inferno les cuento que me costó mucho terminar de leer esa novela, y no lo digo por complicada o aburrida, todo lo contrario, es muy entretenida y envolvente, pero sucedía que cada vez que tomaba el libro al acostarme- único momento en que no estoy haciendo miles de huevadas- mis párpados pesaban siete kilos cada uno y me quedaba raja con la mierda abierta sobre el pecho. Trato de retomar la lectura desde la última palabra pero poco a poco Robert Langdon y  su eterna carrera por salvar al mundo se iba a la cresta con Morfeo. Me he vuelto la peor lectora de todos los tiempos.

Este libro de Simonetti es el segundo que un escritor me autografía. Hace unos años y con mucha emoción, fui a la firma de libros de Isabel Allende en el Mall Alto Las Condes, que está a la mismísima puta lejos de mi casa. El evento comenzaba a las 11 de la mañana y llegué clavaba a las 10:00. Una fila desgraciada serpenteaba por los tres pisos del Mall y yo al verla, sin nada afilado al alcance, quise morderme las venas y morir. Bueno, tuve que hacerme el ánimo y ubicarme tras el último huevón con la mejor cara de esperanza. Tenía abrazados contra mi pecho las tres novelas que quería que me firmara- soy una fanática indiscutida de Isabel, sólo quiero aclarar- y las rodillas tembleques apenas podían sostenerme. Llegué hasta ella a las 13:45, ¡Tres malditas horas con cuarenta y cinco putos minutos! Le hablé, la besé en su mejilla y en una de sus manos diciéndole que la admiraba como nadie podría admirarla jamás. Su publicista, una pesada con cara de que todo olía a mierda, me dijo que no podía hacer eso pero me la metí por el soberano culo (perdonen lo vulgar pero sigue molestándome) ¿Qué quería que hiciera? ¿Que me quedara quieta mientras la razón por la que me largué a escribir estaba a sólo un paso de distancia? Olvídelo, señora.

Después de que Isabel me firmara los libros salí de la fila como me ordenaban los organizadores, sin embargo, a los pocos pasos justo llegó Claudia, mi mejor amiga y también admiradora de Isabel Allende. Cuando me vio que ya había salido soltó un sonoro y no muy discreto ¡NO! – ella se había atrasado buscando estacionamiento. Mi gran pregunta siempre será por qué no se bajó el auto y su pareja de ese entonces estacionaba la huevada por mientras, pero bueno. No pudo conseguir la firma porque la fila era satánicamente extensa y el tiempo se acababa. Me causó mucha ternura ver en los ojos de Claudia una decepción enorme, no tanto porque no alcanzara la firma sino que tenía entre sus cosas unos escritos míos que imprimió para mostrárselos a Isabel. Fuera de lo loca y sacrílega que la creí por hacer eso, me conmovió hasta los huesos. Tal vez algún día le retribuya su confianza en mí regalándole una novela mía.

jueves, 24 de octubre de 2013

XXI. Sólo un desahogo

Hoy, mientras viajaba camino al trabajo, observaba desde la ventanilla del autobús a los transeúntes en las veredas y calles de la ciudad. Muchas cosas no reconocí y me dio pena. No reconocí calidez en la cara de la gente, no vi humildad, no vi inocencia, nada. Todos eran relojes para mí, todos eran signos monetarios, todos eran robots, incluso los niños. Qué desmotivador es pensar que deben crecer para convertirse en personas vacías, interesadas, distantes. Es tanta la codicia y la envidia que un niño de trece, catorce años no tiene ningún reparo en hacerte daño. En este país a los delincuentes menores de edad los envían al Servicio Nacional de Menores o alguna mierda parecida, y luego los liberan o simplemente escapan. Dicen que no tienen discernimiento sobre lo que hacen… ¿En verdad? Un niño sabe lo que es malo y bueno desde que empieza a caminar. Si un padre le dice a un hijo: No tomes eso - y el pequeño desobedece haciéndolo igual como desafío, sabe que está cometiendo una insolencia. Los niños saben lo que hacen, no me vengan con huevadas.

En Chile los vándalos que no superan los diecisiete años, son peores que los mayores ya que tienen la libertad ante la ley de hacer lo que se les plazca. Cuántos robos, homicidios, accidentes son provocados por estos pequeños delincuentes. ¿Cuál es el fin de lastimar? ¿Cuál es el fin de dejar a una persona en silla de ruedas, en coma, hasta muerta? ¿Porque no saben qué puede ocurrir? ¡Mentira! Esos pendejos saben mejor que nadie lo que pueden llegar a causar. Ya basta de la frase de mierda: No sabía que podía pasar esto…. Y una familia entera llora sin saber si odiar o perdonar.

En fin, a medida que avanzamos en el tiempo, pareciera que el amor retrocede alejándose de nosotros. No le gusta cómo va este tren, sólo quiere tirar del cordel para detenerlo y bajarse en cualquier momento. No lo culparía en realidad.

lunes, 21 de octubre de 2013

XX. Género complicado

Si uno se pone a pensar fríamente, se dará cuenta que es increíble la solidaridad que existe entre los hombres, en todo tipo de contexto. En verdad. Aunque no se conozcan una mierda se protegen, se aconsejan, se alientan, se advierten. En cambio, entre minas somos unas verdaderas perras bastardas. Síp, no hay cómo negarlo, no hay cómo ocultarlo incluso. El otro día leí un artículo de unas chicas que tatuaban en locales del sector Providencia, Los Leones y centro de Santiago. Dos de las entrevistadas hablaban de lo que les había costado ser tomadas en serio en un rubro donde el hombre impera con mucha ventaja. Sin embargo, como toda mujer esforzada y protagonista de su propia versión de Erin Brockovich, salieron adelante y cada una instaló su propio negocio de tatoos. Lo que llamó mi atención del artículo no fue la historia de superación ni el ejemplo que me dan para ir a pintarme una calavera en señal de apoyo, sino que fueron sus declaraciones destacadas en letras grandes como intro: “Yo no trabajo con mujeres”. Ese pequeño lugar intransigente de mi cerebro se alteró un poco, debo admitir, y me llevó a exclamar un ¿Qué huevá? Y empecé a leerlo como si devorara un animal herido.

Decía que ambas habían dado trabajo a chicas, efectivamente, para darles la oportunidad que ellas muy poco tuvieron. En un principio, todo bien, pero era cosa de tiempo nada más, como cuando mezclas comida picante con leche de plátano y esperas unos instantes la cagantina de tu vida. La situación se tornó muy complicada, una verdadera competencia desalmada. Una de las tatuadoras declaró que la que contrató hasta intentó arrebatarle todo el negocio, con arriendo, máquinas y todo. Mina que contrataban, problema que se les venía. Al final decidieron trabajar solas. Y fue donde detuve mi lectura, suspiré profundamente y comenté en voz baja: Puta que somos mariconas, por la cresta.

Antes sabía que los hombres eran leales con su propio género, sabía que si veían al amigo de un amigo cagando a su señora con X, sólo le levantarían las cejas a distancia, y si la mina estaba buena, con el dedo pulgar más encima, o si pueden taparle un condoro o error en el trabajo a otro, se lo tapan, no hay problema; pero al leer el artículo quedé sorprendida de lo malas que podemos ser entre nosotras. En nuestro género existe el estampado de la envidia, la cagamos. Si la tipa está estupenda: Se hizo algo, si tiene éxito con los varones: Es una puta sin remedio, si le va bien en la universidad: Se folla a un profe, si le va bien en el trabajo: Se folla al jefe, si tiene hijos rubios y ella es morena: Es racista y se folló un gringo o una piña… y así… ¿será porque no jugamos a la pelota los domingos y arreglamos cuentas a patadas? 

miércoles, 9 de octubre de 2013

XIX. ¿Más de lo mismo?

Hay días en que quisiera solamente escribir y tengo la cabeza llena de ideas. Es curioso porque voy pensando miles de ridiculeces sin prestar atención alguna, y cuando me siento con el teclado bajo mis manos nada acude en mi auxilio y puteo de lo lindo. Esa frustración es una mierda destilada que me lleva a desear arrasar con todo sobre la mesa. Tiempo atrás yo era una lectora por excelencia. Leía dos a tres libros al mes y alimentaba la mente con ideas, con imágenes y personajes. Hoy en día soy una prisionera del quehacer rutinario, una carcelera de mis propios sueños. Sé que hay más como yo desperdigados por el mundo, siempre esperando, esperando el momento, pero mis preguntas aparecen y no me dejan tranquila: ¿Esperando qué? ¿Esperando cuánto? ¿Esperando por qué?

Una vez viendo televisión con mi madre vimos que promocionaban una nueva telenovela. Mi cara de: “Ok, la misma huevada de siempre”, quedó estampada en las paredes de mi casa. No me considero escritora per se, pero sí tengo memoria como todos los seres humanos de este planeta y sí recuerdo cuando una historia es muy similar- por no decir Igual- a otra. ¿Qué pasa con los guionistas del mundo? ¿Qué pasa con estos creadores de ficción que sólo se encasillan en la sirvienta enamorada del patrón, en la fea que después se vuelve hermosa, en el pobre que se enamora de la rica, de esos amores imposibles o disparejos que en vez de darte esperanza te perturban? Siempre lo mismo. A veces me pregunto, ¿por qué los canales de televisión no les dan la oportunidad a jóvenes de mente fresca? ¿Por qué temen a la innovación de un romance perdido, de un final infeliz, de un pensamiento controversial que vemos en cada esquina? La fórmula conocida que les dio éxito en los 90’s ya tiene que parar.

Sobre las películas es el mismo cuento. Si no destruyes el mundo- empezando por Nueva York, claro- o muestras una escena de sexo cada vez más explícita llegando a tomas casi interiores por colonoscopía, la película no tiene éxito popular para nada. No puedo opinar mucho sobre las películas de terror, eso sí, porque debo admitir que soy una cobarde asquerosa, luego de Chuckie El muñeco diabólico, quemé todos los monos de mi pieza y cubro la pantalla con alguna mierda para que no salga Samara por ella (qué figura más horripilante). Sin embargo, creo que ya se han tocado la mayoría de los temas terroríficos para crear películas de calidad. Si no es una figura inanimada queriendo matarte, es el Diablo que en realidad no creo que malgaste su tiempo en asustar a un huevón cualquiera por dos horas de trama.

Tanto ha sido la falta de inspiración e ideas nuevas, que los cineastas han echado mano hasta las novelas que son masivamente leídas o en otras palabras Best Sellers. Eso es un éxito garantizado, porque aunque la película sea una bazofia el lector irá a verla igual para comparar, como lo hice yo con Harry Potter, que de las ocho películas rescato tres. Muy pronto se vendrá la película de Las cincuenta sombras de Grey en el cine, y será la mierda más vista de la temporada, obviamente, todos los calentones querrán ver las escenas imaginadas y por las que se pasaban de largo en el Metro por irlas leyendo. Triunfar en el arte, en el ámbito que sea, al parecer está en los romances imposibles: ángel/humano, vampiro/humano, sirena/humano, semidios/humano, hombre lobo/humano, humano/humano- perdón, lo último es demasiado retorcido- y en el sexo descarado, por supuesto, donde siempre al día siguiente la protagonista amanece maquillada perfectamente y él desnudo, pero con una porción de sábana muy bien ubicada en la entrepierna.

martes, 24 de septiembre de 2013

XVIII. Ya no se disfruta como antes


A mis treinta nuevos años de vida puedo decir con mucha propiedad que las Fiestas Patrias y todo tipo de festividad importante han cambiado del cielo a la tierra. Ya no las reconozco y trato de evocar cosas del pasado para no sentirlas tan ajenas. Hace muy poco pasó la celebración del cumpleaños de mi país – 18 de septiembre – y el hueveo empezó para muchos el mismo sábado 14 hasta el domingo 22. Fue una verdadera maratón de alcohol y comida que dejó a gran parte de los chilenos sin un puto peso en los bolsillos, pero a nadie le importó eso. Marejadas de gente se iban contra las vitrinas de las carnicerías como olas a las rocas y les daba la misma huevada arrasar con todo. La mierda era comprar, comprar y comprar.

A veces me pongo a observar a mi alrededor y anoto mentalmente las cosas curiosas, graciosas y molestas. Las fondas típicas por ejemplo, ferias en donde se ofrece comida y asado a destajo, vasos de Terremoto, cervezas y vinos tintos que tiñen la boca al punto de parecer muerto por asfixia. Este tipo de eventos siempre son divertidos de ver porque no falta el borracho chistoso o la pelea por nada. No obstante, este año no sólo fue divertido ver eso, sino que los precios en los carteles eran de lo más hilarantes. Un anticucho, un palo con trozos de carne atravesados- muchas veces pura cebolla y vienesa – a casi tres mil pesos, qué decir de la siempre bien recibida y vitoreada empanada, que de seguro el pino estaba hecho de carne del unicornio azul de Silvio Rodríguez, porque por mil quinientos te daban una y te conformaste. Realmente las fondas en todo Chile pasaron de ser “Populares” a “Exclusive”.

Con las navidades pasa lo mismo. Puro consumo y entre más mejor. El año se pasa tan rápido que no terminamos de sacar la bandera de la ventana para colgar el adorno navideño. Llegaremos a un punto en que tendremos que vestir de huaso chileno al Viejo Pascuero (Santa Claus). Recuerdo cuando era chica y las navidades eran de tono mucho más familiar y espiritual. Se cenaba antes de las 9 de la noche- generalmente su carne mechada o pollo con papas duquesas- se esperaban los regalos con tanta ansia que apenas comía y cuando se acercaba la medianoche salía influenciada por mi vieja que me decía: Allá va el viejito!- y yo como huevona mirando lejos de la casa para que se concretara el plan perfecto a mis espaldas. Volvía y los regalos estaban por arte de magia bajo el árbol. Era un momento tan inocente y hermoso que la felicidad destellaba luz por mis ojos. Hoy en día no se ve ni mierda en la cara de nadie. Los pendejos de esta generación si no tienen un Ipad o un Xbox capaz de aspirarte hasta la casa, no son felices, para ellos la navidad fue un total e indiscutible fracaso.

Las vacaciones de verano eran el periodo perfecto para salir a la calle y jugar todo el día hasta que te llamaban desde la reja para entrarte. Si te mandabas una cagada el peor castigo era no dejarte salir y veías a tus amigos desde la ventana con cara de cachorro regañado. Hoy, lo peor que puedes decirle a un niño es: ¡Te voy a quitar ese celular!, o ¡Voy a sacar el Internet! – Qué pena me da ver cómo están los tiempos actuales. Antes era calidad no cantidad. Qué importaba si tu casa era chica, se pasaba genial todos revueltos. Qué importaba no tener torres de películas en DVD o la mejor definición en Blue Ray, se iba al video club del barrio y se arrendaba una película en VHS, lluviosa y con interferencia ¿qué tanto? se veía igual limpiando los cabezales sucios del video con algodón.

Por todos estos cambios, cada septiembre aprovecho y disfruto más los volantines o cometas que veo en el cielo. Me encanta el sonido del papel flameando contra el viento y la risa de la gente que los encumbra. Los disfruto a concho porque no dudo y les apuesto que algún día saldrá el nuevo juego de Wii con un control parecido a un carrete, y los pendejos cibernéticos comenzarán a elevar cometas por la pantalla HD del LED que tienen colgada a la pared como una ventana que ya no abren.

viernes, 9 de agosto de 2013

XVII. Viviendo, aprendiendo


Bueno, ya entré a la nueva década de mi vida, tanto que hablé del tema que creo que me amortiguó un poco el aterrizaje y no ha sido tan traumante. Aunque sí, he notado cambios, pero más que físicos han sido emocionales. Me he vuelto una vieja de mierda odiosa. Sí, tengo que asumirlo y empezar a cambiarlo o de lo contrario me convertiré en una desagradable persona con la cual nadie querrá pasar su tiempo. Ya me veo dentro de unos años llena de gatos, regando el pasto a cada rato y puteando por y contra la vida en lo que me he vuelto experta, debo añadir.

Pero en fin, ya basta de eso, no quiero tampoco apuntar a lo negativo, también han sucedido cosas buenas en este último tiempo que no he escrito en este blog lleno de locuras, en este espacio laberíntico de pensamientos locos y al mismo tiempo cuerdos. Mi mejor amiga Carla ya tuvo a su retoño, un redondito tan exquisito que me robó el corazón apenas lo vi, apenas lo tomé entre mis brazos. Enamorada de ese niño hasta la estupidez misma. El 17 de mayo fue el día de su nacimiento y cómo no olvidarlo, fue un día bastante preocupante a decir verdad. Matías nació por cesárea y de urgencia. Luego de pasar horas en labores de parto, Carla se paseaba de aquí para allá en los pasillos de la clínica esperando el momento. Todos queríamos parto normal, pero el asunto comenzó a tardar más de lo correspondiente y el riesgo se hacía cada vez mayor. Yo fui a acompañarla un rato saliendo de mi trabajo y su rostro de dolor e impaciencia me angustió. Después de muchas horas, la matrona optó por intervenirla finalmente y Matías llegó al mundo amoratado. Esa decisión tardía nos molestó a todos, mi amiga quedó destruida y Juan, su esposo, más traumado que la mierda.

Gracias a Dios todo salió bien, Carla se recuperó de aquel calvario y el gordito crece como mala hierba. Estoy feliz por ella, ya tiene su vida resuelta, esposa y madre, así que poco a poco comenzamos a aprender a vivir esta nueva etapa. Por otro lado, lo que es yo, dejé de pensarlo tanto y me fui en picada en la compra de una casa, el famoso sueño de la casa propia. Estuve pensando en departamento pero recibí tantas malas experiencias de amigos que viven en uno que esa idea se fue al carajo. No negaré que estoy cagada de miedo ahora, firmar papeles de compromiso de pago no es un tema menor. Millones de pesos parcializados en años te hacen estrellarte en la realidad de nuevo adulto sin airbags. Tengo que madurar rápido o caeré como una pendeja sin idea de nada y más encima endeudada hasta el cuello. Bueno, hay que pagar no más, ordenarse y hacerme la idea de sentarme en cajas de tomates y dormir en una lona colgada como hamaca. Estoy corriendo la voz de que una vez que me la entreguen haré un HouseShower donde mis amigos deberán regalarme platos y ese tipo de huevadas que yo no compraré. Si quieren un lugar permanente para carretear deberán cooperar.

Una de las cosas importantes que ha sucedido también es que aprendí que no todos consideran la amistad y la confianza tan trascendentales como lo hago yo. Y está bien. No todos tenemos que ser iguales. Sin embargo, no tengo intenciones de rodearme o dedicar mi atención a ese tipo de personas, quiero poner mi entusiasmo en aquellos que sí lo valen, sí respetan mi amor y apuesta ciega por ellos. Miles de recuerdos me llenan la mente pero como un disco duro sobrecargado hay que hacer mantención. No digo que los eliminaré, sólo los moveré a un rincón en donde no tenga que verlos a cada momento porque al fin y al cabo hacen daño, antes eran mis motivos de inspiración para escribir, hoy sólo me entorpecen la idea de crear sin entristecerme. Esos recuerdos fueron parte de un capítulo, ahora hay que pasar al siguiente.

Hace mucho que no me inspiro para escribir como lo deseo. A veces creo que mi cerebro, mi corazón y mis dedos están enfrascados en una batalla sin cuartel. Están enemistados y yo sólo quiero agitar la bandera blanca de la tregua. Tengo a la Amanda escritora demasiado olvidada y es hora de sacarla del desván. No digo que ya mañana tenga una novela de trescientas páginas, sino que verter mis sentimientos y mi imaginación en páginas blancas, esas páginas que para mí son mejores que cualquier espejo impecable que exista para el alma.

jueves, 4 de abril de 2013

XVI. Viaje al pasado



En segundo año de secundaria me regalaron una grabadora de voz. Se suponía que esa grabadora tendría fines académicos, como grabar las clases para luego estudiar de lo que los profes hablaban y comentaban en el momento, después tomar apuntes y asimilarlos mediante audífonos mientras dormía. ¡Qué mierda más mentirosa! ¡Nada de eso pasó! Me dediqué a sólo huevear con ella grabando cientos y cientos de cintas con conversaciones y momentos vividos con mi grupo de amigos. Entre mis tesoros invaluables tengo una bolsa llena de casetes donde algunos los tengo fechados y otros simplemente con breves alusivos. No los había podido escuchar hace años debido a que la tecnología avanza y los equipos de música sólo tienen CD y entradas USB actualmente, hasta que esta mañana- gracias a un regalo de cumpleaños anticipado (gracias, mi gorda)- pude volver a reír oyendo la sarta de huevadas que hablábamos cuando pendejos.

Yo pensaba estúpidamente que mi voz no había cambiado mucho, pero en realidad el timbre quinceañero no me lo quita nadie. Escuchar a mis amigos en discusiones, bromas y temas muchas veces banales me hizo estallar en carcajadas mientras viajaba en el autobús camino a la oficina. Miraba por la ventanilla hacia la calle pero la verdad era que no estaba mirando nada, tenía la vista perdida recordando escenarios, recordando la sala de clases, recordándonos con uniforme y sentados al final de la sala, preocupados de contarnos cosas y reír con ganas sin pescar a los profes. Volver a escuchar esas pláticas me hizo viajar al pasado con la fuerza de un rayo, tan vertiginosa y radicalmente que estuve a punto de creer que tenía que bajarme en la escuela y entrar corriendo.

Al escuchar a los chicos descubrí otra vez por qué se convirtieron en mis mejores amigos. En una parte en particular de la cinta, Claudia y Pepa adaptaban la letra de una canción de Candy- serie animada japonesa- a distintos estilos de música: Cumbia, Merengue, Ópera, Rock, Rap, hasta a los gritos roncos y desaforados de Janis Joplin. Mi risa hizo que varios pasajeros de la Transantiago en la que iba, me miraran como si estuviera loca o escuchando la estación de radio más divertida de toda la historia. En otra, Jeannette nos contaba que había comido chocolate en exceso el fin de semana y que la frente le había estallado en acné, y peor aún, su madre le había aconsejado aplicarse jugo de limón, ¿resultado? Una frente más irritada y roja que la puta. Gianinna y su sinceridad frente a conflictos de amor adolescente: Pero si la mina es fea, tú le pegai mil patadas en la raja, decía con propiedad y golpeando la mesa. Danilo y su súper maestría en la fabricación de pitos de marihuana demorando finalmente media hora en uno sólo, y Marcial quien con sus gestos de Jim Carrey nos hacía reír hasta dolernos la panza.

Ayer en las noticias contaron del aniversario del primer llamado en teléfono celular. Mostraron los modelos antiguos, cómo han evolucionado y lo novedoso y lujoso que era tener uno. En ese mismo segundo año de escuela, Claudia fue la primera en tener un celular- que ahora serviría para matar a un huevón de un golpe en la cabezota. Era enorme y con antena, como un teléfono inalámbrico, pero en ese tiempo hasta nosotras nos creíamos topísimas con sólo ser amigas de la dueña del aparato. Al escuchar sobre eso, volví a carcajear y ya tenía que bajarme para ir a trabajar. Cómo pasa el tiempo como agua entre los dedos. Había olvidado muchas cosas, muchos detalles. Había olvidado las entretenciones noventeras que tanto nos hicieron afianzar lazos de amistad.

Antes de que se masificara el Internet o aparecieran los juegos de video tan sofisticados que parecen películas en HD y con tal detalle que llega a dar miedo, nos entreteníamos con lo que teníamos a mano y más barato. En los noventa existían diversiones como el Carioca o el Bachillerato: Nombre, Apellido, País/Ciudad, Fruta/Verdura, Color/Cosa; también estaba el que sacaba de quicio a muchos: las pitanzas por teléfono. En un principio no existían los aparatos con identificador de llamadas, por lo tanto, coger el auricular, contestar y que te preguntaran: “¿Estará Tina?”, “No”, “¿Entonces dónde te bañas vieja cochina?”, te dejaba más caliente que la mierda y puteando a medio mundo, con ganas de llamar a la CTC – así se llamaba antes la compañía de teléfono- y demandar a cualquiera que trabajara allí por incompetente. En fin, esta mañana camino a la oficina escuché un casete, lo saqué para cambiar al lado B y en Transantiago viajé al pasado.

viernes, 1 de marzo de 2013

XV. Festival Made in Chile


Después de una corta sesión de televisión, quiero hacer un breve espacio en mi blog para decir algunas cosas que creo son necesarias de decir.

A mis casi treinta años de edad, puedo decir con total libertad que el Festival de Viña del Mar se ha transformado en una feria de mierda que ya nadie respeta. Se convirtió en un parque de juegos típicos de playa, en donde los juegos están rotos, rayados, oxidados, los taca-tacas sin pelotas, sus muñecos sin taco, las papas fritas aceitosas y unos churros escuálidos con una gota de manjar en cada punta. Eso es Festival de Viña.

Cuando partió este certamen, todo fue de mal en peor con su súper alfombra roja que no es más que un camino colorado para presumir la ordinariez. Nuestros famosos y más demandados rostros son los personajes que más puteadas, golpes y aportes sin sentido ha tenido la televisión chilena. La producción quiso hacer del evento una especie de alfombra roja de los Oscar pero les quedó como una versión pirateada y rasca de algo que nadie cachaba. Por ejemplo, en el evento de los premios de la Academia, existía una cámara digital que giraba 360° alrededor del artista para apreciar su vestimenta desde todos los ángulos posibles… en Chile, señoras y señores, ¿para qué adquirir semejante modalidad si se puede imitar casi igual y a bajo costo? Por eso, se implementó una tarima en la cual el huevón debía pararse arriba y la huevá giraba para que la cámara estática, por supuesto, hiciera lo suyo. Ay, mis queridos compatriotas… ¡Eso es un FAIL del tamaño de un buque, por la chucha! Menos mal que por lo menos la tarima giraba sola, ya veía que el huevón tenía que darse impulso desde arriba con una pata.

¿Para qué desear un Maroon 5 en Viña si puedo tener a Chino y Nacho? ¿Para qué soñar con un Aerosmith si puedo deleitarme con el último éxito de la Sonora Tommy Rey llamado “El galeón español”? ¿Para qué pedir una Beyoncé si tenemos una Fran Valens con todo el ritmo y sonrisa que la destaca? ¿Para qué ambicionar ver en vivo a  Alicia Keys si puede sorprendernos por millonésima vez Miguel Bosé y su himno nacional "Amiga"? ¿Para qué? ¿Para qué nuestros animadores deben saber algo de inglés si Elton John entendió a la primera la razón de tanta antorcha y gaviota que le pasaban? ¡Cachó al tiro! El denominado “Monstruo”- el cual supuestamente es el público de paladar tan fino que hay que satisfacer- debe decidir si el artista sobre el escenario se lleva o no el respecto y el merecido aplauso… sin embargo, creo que del nombre “Monstruo” hoy alcanza sólo para “Bicho raro”, porque han aceptado tanto Deja vú últimamente, tanto show ordinario, que no me sorprendería ver a la Tigresa del Oriente recibiendo la Gaviota. Noooo, cuando eso pase me nacionalizo italiana y me voy al Festival de San Remo, lo juro.

 Hay tanta huevada qué resolver en este Chile tan nuestro y querido. Como ese voyerismo de la Reina del Festival, que al final es la “Stripper del Festival”. Es claro que los reporteros gráficos de todos los medios de comunicación son los que votan por las minas que se postulan, por lo tanto, son los votos de un montón de huevones calientes que sólo les interesa ver culos y tetas sumergiéndose en una piscina con estampillas en vez de bikini. Quien instauró la tradición del “piscinazo” de la reina fue la cantante Natalia Oreiro en el año 2000. Ella, de buena onda y desprendida, se lanzó al agua con vestido, banda y corona, por huevear simplemente. Ahí a los calientes de mierda se les prendió el foco: “¿Y por qué no hacemos que las futuras reinas se tiren igual pero en pelota?” - Ahora es todo un show para que la muñeca de turno primero: se quite la bata, segundo: muestre el microscópico traje de baño y tercero: se lance- ojalá- un clavado maravilloso digno de las Olimpiadas y al mismo tiempo sensual, porque si no será igualmente aburrido, ¡Háganse ésa por favor!

En fin, ya está terminando esta tortura china que me ha hecho perder más pestañas de las que desearía y por eso cambio la tele. Cuando acabe, espero sinceramente que los responsables de la organización se sienten en una mesa para hacer la autopsia de este Festival y luego, usen la misma Gaviota para cortarse las venas, total, tanto que la han regalado que no me sorprendería verla en la feria de las pulgas en venta como cuchillo de cocina. Es cosa de preguntarle a Enrique Iglesias, de algo tiene que servir porque de volar, no vuela la cagada.

domingo, 10 de febrero de 2013

XIV. Una larga amistad


Me he vuelto una melancólica y una sentimentalista empedernida. No sé si será el hecho de acercarme cada vez más a los treinta años o las hormonas me están hueveando. Muchos pueden decir: “¿Pero cuál es el escándalo? Todavía eres muy joven”, bueno, toda persona en este mundo tiene sus aversiones, la mía es ese "3" antes del "0" que te condiciona y apresura. Cambiar de folio es un asunto importante, sobretodo en un país como Chile donde si no cumples con lo designado algo malo pasa contigo o eres un marciano descerebrado. Si no eres ya un profesional a los treinta, si no estás casado, si no tienes hijos, si no tienes un perro, si no tienes un puto almuerzo en casa de los suegros en domingo estás cagado.

Hay días en que me encierro en mí misma y pienso mucho en eso, también en que extraño los tiempos pasados, tiempos mucho más simples en donde los problemas parecían tener soluciones caídas del cielo. Extraño a mi mejor amiga Carla. Extraño nuestras conversaciones y salidas cualquier día. Ella tomó decisiones en su vida que causaron cataclismos e hizo en cinco meses lo que pensaba hacer en probablemente cinco años. Conoció a Juan, quien pocos días después se convertiría en su novio y luego en el padre del hijo que está esperando. Eso me sacudió tan fuerte que creí sufrir un ataque de epilepsia durante un terremoto. Sí, me sentí feliz por ella, pero no niego que miles de cosas pasaron por mi mente y por mi pecho volviéndolo estrecho. Sabía que el hueveo había terminado, en ese mismo instante. Se acabaron los carretes hasta la madrugada, las cervezas en tardes de verano, los viajes a la playa sin más responsabilidad que pasarlo bien, y los planes de vivir juntas un tiempo en un departamento en el centro de Santiago.

-Creo que esta será mi última cerveza, amiga- me dijo Carla una noche, en un bar cerca de casa. Yo la miré frunciendo el ceño, como si el hacerlo pudiera borrar acontecimientos.

-¿Por qué?- le pregunté.

-Porque estoy con atraso…- y con eso, me bebí el resto que me quedaba en la botella.

Carla siempre fue arrebatada. No se destaca por pensar las cosas antes de hacerlas o decirlas. Así es ella. Como aquella vez que me despertó su llamada en día domingo después de un carrete: “¿Dónde estás?”, le pregunté un poco somnolienta, “En la playa”, me responde simplemente, y yo juraba que se había ido a su casa y que dormía a pata suelta. O la vez que pasé el mayor miedo de mi vida cuando me llamó su madre a las nueve de la mañana preguntándome dónde estaba su hija. Recuerdo que salté de mi cama para enterrarme más el teléfono al oído y escuchar de nuevo lo que me pareció una broma de mal gusto. Mi estómago se transformó en un yunque y sólo se me venía a la mente que la había dejado en el bar como a las una de la madrugada.

-¡Si se fueron juntas, se regresan juntas!- me replicó la señora Mary.

-Lo sé, tía. Le insistí más que la mierda que nos fuéramos a casa pero no me hizo caso- dije yo, sintiéndome de lo peor. Al final, la linda apareció unas horas después, justo antes de que llamáramos a carabineros para declararla desaparecida. Casi le caigo encima a patadas. Por ese susto todavía no la perdono.

En fin, Carla me nombró madrina de su hijo cuando aún éramos unas niñas, cuando aún ni pensábamos en ser madres. La amistad entre nosotras fue creciendo con el tiempo y en dieciséis años juntas quemamos más etapas que un pirómano con soplete. Con trece años la imaginación nos mostraba como unas rockstar a los treinta, con mansión, autos, sueños cumplidos, árboles plantados, un libro y hasta un busto con nuestras caras en la Plaza de Armas. Ingenuas hasta decir basta. Ahora que sólo faltan semanas para dejar atrás los veinte, puedo decir que a pesar de todo me ha gustado haber crecido como una soñadora, no por vivir de ilusiones, sino para mantener esa alma infantil, preservarla y llamarla cuando la necesite. Hoy la necesito. Hoy necesito bajar la velocidad de este carro y disfrutar del paisaje. Es por eso que todo lo que ha sucedido me ha tomado por asalto. Mi mejor amiga hace unas semanas se casó, en una hermosa ceremonia civil con casi cien invitados y lanzamiento del ramo, y yo todavía pegada en el último paseo que hicimos a Viña en octubre del año pasado. Tengo que admitirlo, soy una víctima del doctor Brown en su máquina del tiempo.

Como toda aspirante a escritora, luego de semejantes cambios traté de ordenar en mi mente los momentos, como una línea cronológica separada por periodos, por revoluciones, por batallas ganadas y perdidas. Organicé en mi mente los recuerdos por orden alfabético, desde las “A”legrías hasta los “Z”arpazos que nos dio la vida. Creo que hasta el minuto lo he conseguido a duras penas, sigo aprendiendo. Sin embargo, tengo miedo que con todo lo que se viene de la niña que fui o de mi Carla de siempre queden sólo guiñapos, jirones los cuales tenga que unir uno a uno para del olvido poder salvarnos… ¿Ya lo ven? Me he vuelto una melancólica sentimentalista de caso crónico, y en este intento de escrito lo dejé comprobado.