viernes, 25 de octubre de 2013

XXII. Admiración y confianza

Acabo de volver de una firma de libros del escritor chileno Pablo Simonetti. Fue pura buena suerte. De metiche ingresé a la página de internet de la librería Antártica esta mañana y tropecé con la visita del escritor a las 13:30 a pocas cuadras de donde trabajo. Hace semanas que estoy con ganas de leer algo nuevo- antes leía mucho más- porque ya estoy terminando Inferno de Dan Brown y no quiero quedar desprovista de alguna historia. Fui hasta el lugar y el hombre muy amablemente me lo firmó con una letra gigantesca que ocupa toda la primera página: “Para Amanda, Pablo Simonetti”. Me tomé una foto con él fantaseando que un futuro los papeles podrían invertirse.

En fin, ya que hablé de Inferno les cuento que me costó mucho terminar de leer esa novela, y no lo digo por complicada o aburrida, todo lo contrario, es muy entretenida y envolvente, pero sucedía que cada vez que tomaba el libro al acostarme- único momento en que no estoy haciendo miles de huevadas- mis párpados pesaban siete kilos cada uno y me quedaba raja con la mierda abierta sobre el pecho. Trato de retomar la lectura desde la última palabra pero poco a poco Robert Langdon y  su eterna carrera por salvar al mundo se iba a la cresta con Morfeo. Me he vuelto la peor lectora de todos los tiempos.

Este libro de Simonetti es el segundo que un escritor me autografía. Hace unos años y con mucha emoción, fui a la firma de libros de Isabel Allende en el Mall Alto Las Condes, que está a la mismísima puta lejos de mi casa. El evento comenzaba a las 11 de la mañana y llegué clavaba a las 10:00. Una fila desgraciada serpenteaba por los tres pisos del Mall y yo al verla, sin nada afilado al alcance, quise morderme las venas y morir. Bueno, tuve que hacerme el ánimo y ubicarme tras el último huevón con la mejor cara de esperanza. Tenía abrazados contra mi pecho las tres novelas que quería que me firmara- soy una fanática indiscutida de Isabel, sólo quiero aclarar- y las rodillas tembleques apenas podían sostenerme. Llegué hasta ella a las 13:45, ¡Tres malditas horas con cuarenta y cinco putos minutos! Le hablé, la besé en su mejilla y en una de sus manos diciéndole que la admiraba como nadie podría admirarla jamás. Su publicista, una pesada con cara de que todo olía a mierda, me dijo que no podía hacer eso pero me la metí por el soberano culo (perdonen lo vulgar pero sigue molestándome) ¿Qué quería que hiciera? ¿Que me quedara quieta mientras la razón por la que me largué a escribir estaba a sólo un paso de distancia? Olvídelo, señora.

Después de que Isabel me firmara los libros salí de la fila como me ordenaban los organizadores, sin embargo, a los pocos pasos justo llegó Claudia, mi mejor amiga y también admiradora de Isabel Allende. Cuando me vio que ya había salido soltó un sonoro y no muy discreto ¡NO! – ella se había atrasado buscando estacionamiento. Mi gran pregunta siempre será por qué no se bajó el auto y su pareja de ese entonces estacionaba la huevada por mientras, pero bueno. No pudo conseguir la firma porque la fila era satánicamente extensa y el tiempo se acababa. Me causó mucha ternura ver en los ojos de Claudia una decepción enorme, no tanto porque no alcanzara la firma sino que tenía entre sus cosas unos escritos míos que imprimió para mostrárselos a Isabel. Fuera de lo loca y sacrílega que la creí por hacer eso, me conmovió hasta los huesos. Tal vez algún día le retribuya su confianza en mí regalándole una novela mía.

2 comentarios:

  1. El día de la promoción de tu novela en Madrid, estaré esperando pacientemente.
    Un beso
    JM

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  2. Yo también... pero Madrid está un poquito más puta lejos que el Alto Las Condes.... Salu2

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