jueves, 23 de junio de 2016

Chilenos por conveniencia


Cuando juega la Selección chilena de fútbol, todos nos teñimos de rojo furioso, sacamos el pecho, hablamos fuerte, somos apasionados. Hinchas de tomo y lomo, quizás la hinchada más incondicional cantando el himno nacional incluso sin música ni permiso. Sí, da cierto orgullo de lo que somos capaces cuando concentramos todas nuestras energías en un mismo objetivo: amedrentar al rival en un deporte, pero ayer, mientras viajaba desde mi trabajo en Las Condes hasta mi casa en Maipú- casi dos horas de trayecto- observé, medité varias cosas y no pude mantener mi mente quieta hasta ponerla sobre una hoja en blanco.

Toda esa algarabía, toda esa pasión en realidad es de cartón. No existe, no sirve. Veo los comerciales de cervezas o supermercados donde emocionan hasta los huesos hablando de Chile, de lo genial que es ser chileno, pero nada de eso es cierto fuera de la cancha, nada. Deberían especificar o poner una nota al final de la propaganda: "Aplíquese sólo en el fútbol", y por qué digo esto, si el chileno se llena la boca con que hay que apoyar al país, ese apoyo debería empezar en las calles digo yo, en la forma de tratarnos unos con otros, ahí está el verdadero Chile y no dentro de un rectángulo de pasto en donde juegan veintidós huevones que ganan un  millón de veces más que el sueldo mínimo. Asumamos que somos hinchas de un deporte, hinchas de una pelota, porque "hinchas de un país" queda grande, tendría que demostrarse en otras cosas, en ser cordial con el de al lado, en ayudarlo... no se puede ser tan inconsecuente como correr al Metro cual animal desesperado, empujar a todos, mandarlos a la chucha, putear al escolar, putear a la señora, putear a quien se atraviese por tu camino para llegar luego a la casa o al estadio, poner tu mano en el corazón y cantar el himno, llamándote chileno cuando hasta hace poco te pasaste a medio Chile por la raja.

Somos hinchas de un deporte, cantamos fuerte para un deporte, somos patriotas para un deporte... ¿Por qué a ese hincha tan comprometido con su país que viaja kilómetros y gasta lo que no tiene para ver a un equipo, no le importa usar esa misma energía y recursos en ayudar al compatriota en apuros? Tenemos varios, por si no se sabe. Ancianos, estudiantes, salud pública, transporte de mierda, pensiones disminuidas, robos en los altos mandos, en fin. Hay harto por qué jugársela, no sólo en una cancha que al cumplirse los noventa minutos, terminas empujando a todos en la salida para tomar locomoción y seguir con la rutina de tratar al Chile de verdad como la mierda.

Ayer tomé la Transantiago porque el Metro era un desastre medieval imposible de abordar, la micro se detuvo en un paradero del centro y la gente, exasperada, empezó a abrir las puertas del medio a la fuerza, no lograron abrirla pero varios gritaron para adentro una sarta de garabatos porque no pudieron subir y los pasajeros teníamos la culpa de eso. Dentro de la micro, jóvenes durmiendo a pata suelta en los asientos reservados, otro increpando al chofer porque no apuraba el paso y se comía todos los semáforos... en resumen, un desastre. ¿Acaso nos hace mejores alentar a un equipo en un recinto deportivo cuando en realidad somos como el hoyo con nuestra misma gente? ¿A qué Chile se alienta? ¿A Chile equipo de fútbol que bien puede ser un equipo como cualquier otro? ¿O se alienta lo que representa ese equipo que supuestamente es a tu país? Porque si es así, aviso al tiro que somos unos cínicos, porque en lo real ni apoyamos a la niña que asaltan, ahí ningún huevón canta fuerte. No podemos jurar amor por una bandera después de atropellar a otros para amarla, ¿Qué amas? ¿Tu país o la pelota? Son sólo noventa minutos de patriotismo puro, ¿Y las otras veintidós horas con treinta minutos del día? ¿Cómo demostramos eso? 


lunes, 16 de noviembre de 2015

Cagó el Ring-Ring Raja


Qué juego más adrenalínico y emocionante era el Ring-Ring Raja. Te juntabas con tus amigos, hacías un estudio profundo de todos los timbres de tu barrio, evaluabas cuál vecino sería el más entretenido de huevear, los ponías en una escala de prioridades, te ajustabas las zapatillas y urdías el plan de acción considerando las facultades físicas de los miembros del grupo. El valiente que tocaba el timbre siempre era el más chico y flacuchento porque se suponía era el más rápido, mientras que los demás se adelantaban algunos pasos atentos a la jugada.

Llegaba el momento esperado… se escuchaba conversación en el interior de la casa, televisión encendida, ruido de platos y cubiertos. Listo, las víctimas estaban en casa. El gestor se acercaba lentamente, agazapado como un felino, apretaba el botón y a todo lo que daban sus piernitas de palote salía a toda raja antes que la dueña de casa se asomara por la ventana. La idea siempre era confundir, que los adultos no vieran a nadie y tuvieran pesadillas en las noches sobre seres tocatimbres que conquistarían el mundo y nos harían sus esclavos. Luego de la exitosa maniobra, el valiente era admirado por el resto de la pandilla que se cagaba de la risa en la esquina más cercana, al tiempo que rezaban en silencio para que no los descubrieran y los acusaran con su vieja.

Sí, era un juego que te hacía creer un vándalo, un adicto al peligro pero afianzaba lazos de amistad, se diferenciaban los leales de los acusetes. Recuerdo haber sido en una oportunidad la valiente toca timbre y fue la primera vez en mis cortos diez años de entonces, que me sentí más viva y rebelde que la chucha. Sin embargo, ahora le cuento esto a una niña de esa edad, con su ciber-vida en crecimiento, y se burla de mí hasta el día de su matrimonio.

-¿Pero por qué mejor no le das un toque por Facebook y cuando esa persona te conteste lo bloqueas? me preguntaría como si fuera la huevada más obvia del mundo. Un disparo directo a mis treinta.

Porque la idea era molestar, correr, sentir el peligro de ser pillado y levantar el culo de los sillones y camas que usan hoy para jugar sus mierdas online. Antes, el que no te dejaran salir era el castigo más cruel de todos los castigos del infierno, ahora sencillamente les da lo mismo. Puedes jugar hasta el luche pisando una alfombra conectada al PC, no hay necesidad de salir. Estoy segura de que si el Ring-Ring Raja se jugara hoy sería fácil dar con los responsables ubicándolos por GPS gracias a sus celulares. Ubicación activada, triangulación y listo. Se acabó el juego.

Es cosa de sentarse un momento y esperar a que a alguien se le encienda el foco y cree una nueva aplicación móvil con juegos noventeros, donde puedas jugar al Tombo, a la Pinta, a las Quemaditas, al Pillarse, a La Mesa Pide y tantos otros, muy echado en tu cama y solo como huevón. No sé si echarle la culpa a la tecnología o al miedo de los padres de hoy a dejar salir a sus hijos a la calle. Posiblemente estos juegos en línea aparecieron a medida que el encierro y el Internet fueron en aumento, quién sabe. Años atrás, cuando los juegos de video eran privilegio de pocos, uno humildemente iba a la casa de algún vecino que sí tenía y se lo arrendabas por una hora con las pocas chauchas que lograbas juntar con tus amigos, pero era entretenido porque lo hacías todo en grupo, incluso burlarte de ese amigo malo o el que movía el control de aquí para allá para hacer saltar más alto o correr más rápido a Mario- apuesto a que muchos se sintieron identificados.

Sin lugar a dudas hay que hacer un minuto de silencio por el Ring-Ring Raja que murió junto a las bolitas y al elástico, démosle la bienvenida a la incomunicación personal y a la obesidad en nuestra sociedad. Démosle la bienvenida a las generaciones que vienen, quienes a sus meses de vida los papás ya les pasan el celular para que vean huevadas en Youtube y así no molestan como lo deberían hacer las guaguas normales. Gracias “31 minutos” por inmortalizar ese emocionante juego en una canción, lo lamentable es que muchos niños lo verán como un pasatiempo idiota, porque correr quedó en el pasado y sólo es requerido cuando se les quedó el celular en la casa antes de ir a clases y tienen que devolverse.  

lunes, 30 de marzo de 2015

Cómo no criar más hijos de puta con los animales


Este fin de semana vi un video en Youtube que me sobrecogió y me hizo perder y ganar la esperanza en la humanidad al mismo tiempo. El video se trataba de un perrito abandonado en medio de un canal y, más encima, con una de sus patas traseras, cortada. Su debilidad y estremecimiento dejaban claro lo que había sufrido previamente a ser abandonado a su suerte. Un joven que pasaba por el lugar, vio esta horrible escena y bajó por una escalera hacia el sitio en donde- gracias a Dios- el agua estaba estancada. Al llegar hasta el animal, éste mostraba pelones horribles en su pelaje, ojos vacíos e infectados, espasmos de dolor y un gemido casi inaudible que de seguro maldecía a la raza humana. El joven lo acaricia con cuidado y le repite a cada segundo que todo estaría bien, ¿es posible que el perrito creyera en algo así? Sin embargo, tal era su sufrimiento que se dejó tomar por ese desconocido apostando su vida, tal vez indiferente a lo que pudiera pasarle. Ya había conocido la tortura, qué más daba otra dosis para poder morir al fin.

El joven, seguramente con el corazón hecho jirones, lo sube a su auto y lo lleva a Emergencias donde los veterinarios lo atienden sin demora. Al ver su pata cercenada de manera brutal, tuvieron que tragarse las emociones como golpes de aguardiente y atenuarle el dolor con anestesia inmediata. Lo sanaron, realizaron un seguimiento casi diario de su mejoría, el perrito comenzó a recuperar el pelaje y la vida le volvió a esa cola desesperanzada e inerte que colgaba de su trasero. Lo bautizaron el nombre de Jordan. Ahora vive en la casa de este muchacho con otros dos canes que en su comunicación y percepción animal, parecían entender por todo lo que había pasado. Lo cuidaban y esperaban si se atrasaba al correr con sus tres patas.

Lloré, lloré como una pendeja de cinco años. Maldije por una parte la extrema crueldad del ser humano. Supuestamente lo que nos diferencia del reino animal es el razonamiento, pero al parecer no es así. Somos mucho peores y conscientes de lo que hacemos, aun siendo unos niños. Cerca de mi casa, hay uno que destila malas intenciones. Hijo de la dueña del almacén de la esquina. El niño tiene esa mirada aguda de quien está pensando en todo momento cómo hacer daño. Debe tener unos ocho años de edad pero ya posee la capacidad intelectual suficiente de darse cuenta cuándo la caga. El otro día, fui a comprar pan ahí y lo vi con un cachorro de perro entre las manos. Lo llevaba tomado por las axilas, intentando hacerlo caminar con las patas traseras y cuando se aburrió de eso, no encontró nada mejor que usar al cachorro para golpear un cartel hasta botarlo. No lo lanzó, sino que lo estrellaba una y otra vez como quien le daba a una campana.

-¡Oye! ¿Qué mierda crees que haces? ¡Deja al perrito en paz!- le dije yo con rabia. Por supuesto que me hizo caso, pero me miró con un odio parido tal que de tener mi misma edad o tamaño, el pendejo me cae a golpes.

Es lógico que el niño aprendiera de los mayores que lo criaron. Mi pareja fue al almacén una noche y vio al súper padre tratando de patear a un perro que entró a su negocio humildemente. Si no lo quería dentro, está bien, échelo fuera pero con tino, no a patadas como si fuera el mismo demonio succionador de almas. Eso te demuestra inmediatamente la calidad de persona que eres, hijo de puta.

Y hablando de eso, este escrito tiene ese fin: evitar que tengamos en nuestra sociedad niños y futuros adultos mierda con los animales. Para ello, hay que tomar acciones rápido. Dejo aquí algunas sugerencias:

1.      1. Si empieza una familia, trate de complementarla con un perrito o un gatito, cosa que tu bebé sepa que existe otro ser vivo indefenso como él en casa y se acompañan.
2.     2.  Si usted nunca tuvo mascotas, sepa que no son fatales para la salud ni asesinos en serie. Si cree que los pelos y la saliva van a causar un cáncer terminal en su familia, tiene que ser muy huevón. Hay miles de cosas peores y las usamos o comemos a diario. Ahora, si lo sigue creyendo, no hay nada que un peine o un baño sanitario no pueda resolver.
3.       3.  Si su hijo le pide una mascota, regálesela y enséñele que es su responsabilidad. Así el niño madura y entiende lo que es cuidar y querer algo aparte de los padres. Si no puede por temas de espacio, explíquele eso, no le invente que son agresivos, sucios o caros. Hasta los indigentes se hacen de amigos animales sin un peso en los bolsillos.
4.     4. Si ve que su hijo maltrata a un animal, regáñelo en el momento, no hasta llegar a casa porque al niño se le puede olvidar la razón y creer que lo retan por todo.
5.     5. Si su hijo ya visita páginas de Internet en donde ve videos y juegos, fomente su curiosidad con videos de animales graciosos que abundan en Youtube. Así el niño verá que los animales son tan divertidos e inteligentes como él.
6.       6. Si el animal sin querer lastima a su hijo, no pierda la cabeza. Corrija a su mascota sin violencia y eduque a su hijo sin generarle miedo, porque para su información entre los mismos niños también existen golpes jugando. Si lo tomáramos como el fin del mundo, entonces deberíamos tener un Jardín Infantil por niño para que no haya contacto alguno.
7.     7. No se haga el indiferente ante noticias de maltrato animal cuando vea televisión con su hijo. Opine, demuestre su desacuerdo en voz alta. Si su hijo es capaz de imitarlo en los gritos de Gol, que también lo imite en cosas que sí importan.
8.      8. La mascota no es un ser con capacidades extremas. Tómese el tiempo de informarle a su hijo que al perro/gato/o lo que sea, TAMBIÉN LE DUELE si:
a.        Lo aprietan
b.       Lo botan
c.        Lo patean
d.       Le jalan la cola
e.        Le jalan las orejas
f.         Le jalan el pelo
g.       Etcétera

Si al pendejo no le queda claro, aplique un ejemplo en él mismo… a ver si le gusta.

martes, 18 de noviembre de 2014

Nadie nació sabiendo


 “Que cumplan sus promesas, los que en tiempos de campaña golpean las puertas de las escuelas”. Qué buena y real frase es ésta. La leí hace muy poco en un portal de profesores diseñada por un amigo y la típica impotencia del espectador me apretó la panza. Las escuelas municipales están en paro indefinido y a muy pocos les importa, especialmente a los candidatos presidenciales que prometen y después se hacen los huevones olímpicamente. Los noticieros, por su parte, hacen vista gorda a lo que está ocurriendo como si con ello pudieran callar a los cientos de profesionales que realizan la importante labor de educar. El viernes pasado pude ver en directo sólo un pequeño episodio de protesta al acompañar a mi amiga Pepa al centro de la comuna. Ella trabaja en una de estas escuelas desde hace seis años. Con banderas, pancartas, lienzos y tambores, los huelguistas trataban de romper la rutina para llamar la atención e involucrar a la gente recordándoles que profesor no es un título ganado al romper una piñata.

En este país me parece un insulto que la carrera de docente sea remunerada como la mierda, ni siquiera es respetada como pudo haberlo sido antiguamente. Cuando era estudiante, para mí al profesor se le respetaba al igual que a los padres. Ellos tenían la última palabra, ellos me regañaban, ellos me corregían. Sí, de acuerdo, también me burlé de algunos como toda quinceañera, que su forma de vestir, su forma de hablar, su peinado, etcétera. Sin embargo, existía un límite muy bien marcado que ninguno de mis compañeros se atrevía a cruzar, por más rebelde que uno se creyera, no lo hacía ni cagando. Hoy al pendejo le da lo mismo. Si puede hacer desorden y más encima grabarlo con su “bien merecido” Smartphone para luego mostrarlo como trofeo, es el rey indiscutido del aula, y si lo regañan, encara porque nadie puede decirle nada. Los valores y los modales vienen desde la casa, eso lo sabe hasta mi perro. Si el niño no tiene eso como cimiento, los padres deberían ser los despedidos.

Yo me siento orgullosa de mi amiga y su profesión. Viví con ella cada etapa de nuestra educación secundaria y superior y me alegró que quisiera ser docente, y más encima de inglés. Yo sabía cuánto Pepa amaba ese idioma, desde que éramos unas niñas cantaba y citaba frases de películas gringas con la misma fluidez de los actores. Yo sabía que le iría excelente. Desafortunadamente, este orgullo no lo sienten las autoridades, los senadores de mierda que se sientan en una silla todo el puto día mirando páginas como Jaidefinichon.com, o sencillamente no se presentan. Es una vergüenza que al mostrar la Cámara casi vacía, los asientos de cuero Luis XV resplandezcan bajo las luces artificiales. Si un profesor no es tan importante como un político, entonces ¿por qué les ponen tanto problema al ausentarse a su trabajo un día? ¿Por qué el profesor tiene que hacer malabares para poder ir al dentista o al médico? Si falta se siente, si el senador falta, a nadie le importa un soberano carajo.

Sigan en su lucha, profes, yo soy una de las que apoya su causa incondicionalmente. Yo me doy cuenta de la labor que intentan hacer, de la falta de reconocimiento a sus años de servicio. Si ustedes no existieran, no habría profesionales de todo rubro en la actualidad. El médico, el abogado, el ingeniero, el arquitecto, tuvieron que ir a la escuela primero, ¿no? ¿O nacieron sabiendo lo que era leer, sumar, la clorofila, la independencia, la puta célula? Sigan con sus demandas, sigan con sus marchas incansablemente hasta que, tal como la ministra Ossandón, puedan decir con toda libertad: Tres millones y tanto de pesos, es un sueldo “reguleque”.

jueves, 13 de noviembre de 2014

La aspirante perdida

El proyecto de una novela como tal es una incertidumbre. Siempre estoy en la búsqueda de un tema, de un objetivo, de alguna moraleja- si es que tengo la habilidad de dar consejos de vida- personajes interesantes y un final épico para que valga la pena haber atrapado al lector por el cuello, como dice mi mentora Isabel Allende. Sin embargo, ocurren eventualidades que te desvían del camino absolutamente. He tenido varias ideas, de hecho tengo un par que de alguna manera las tengo encapsuladas en mi cabeza, revoloteando como polillas confundidas frente a una inexistente bombilla, pero cuando las quiero avanzar se me entrampan en un pantano de brea, volviéndose unos animales que luchan por no hundirse en el pozo sin fondo del olvido.

Creo que todo va en la disciplina, tal vez eso es lo que no tengo, tal vez tengo problemas de concentración o soy muy desordenada. Debería establecer un esquema en donde me proponga escribir un número de páginas diarias y no verme siempre justo donde empecé. Ahora que vivo sola, con un tremendo perro que cada día que pasa se pone más testarudo, tengo que aplicarme responsablemente en todo lo que haga. Quizás deba proponerme fechas, porque me he dado cuenta que se me va bien trabajar bajo presión, como Amy Adams en la película Julie and Julia, donde su personaje Julie Powell se propuso hacer 524 recetas de cocina en 365 días.

Cuando escribía historias en el foro de Harry Potter- como conté hace unas entradas atrás- publicaba semana a semana con la presión de los lectores de saber qué iba a pasar a continuación, me escribían decenas de comentarios y si tardaba me insistían dos hasta tres veces por día, yo tenía que obligarme prácticamente a hacer oídos sordos ante cualquier distracción, enfocarme en la página en blanco que tenía frente a mí y tratar de hacer más emocionante el nuevo episodio para compensar el atraso. Fue entretenido pero no por eso menos estresante.

Se me han pasado por la mente desde diversos superhéroes, justicieros y villanos, hasta personas comunes y corrientes que por amar no necesitan reconocimiento- como aquellas historias en que él o ella se están muriendo. ¿En qué irán las grandes novelas de amor para marcar a una persona tan profundamente? ¿Será el impulso de arriesgarlo todo por esa persona? ¿Beber un veneno para morir junto con el otro? ¿Ser un brillante vampiro enamorado de un humano? En esta realidad donde queda poca capacidad de impresión en la gente, no hay muchas herramientas con las cuales sorprender al lector sin caer en las repeticiones. Aquí en Chile, por ejemplo, es casi mensual el estreno de una serie o largometraje en donde se hable del Golpe de Estado chileno… qué paja… ¿Qué ocurre con los guionistas? ¿No existe otro tema en este país que hablar de Allende y Pinochet? ¿No hay nada más que decir de un país en donde la discriminación, desigualdad e injusticia están a la orden del día? No tengo para qué chucha tocar esos temas removiendo viejos rencores si hay tanta huevada actual a la cual echar mano. Tengo treinta y un años de edad, por la cresta. No tengo interés en seguir mirando hacia atrás, quiero escribir de hoy y proyectar un mañana. Si quiero emprender el emocionante viaje de una novela tengo que ser refrescante, si quiero organizar mi tiempo y orientar mi inspiración como un barco bien capitaneado, no puedo estar manoseando tramas conocidas para ser la moda y luego se olvide por otra. Si quiero escribir de verdad, tengo que sacudirme la mierda y ponerme seria.

martes, 21 de octubre de 2014

Doble identidad


Hace unos días, al revisar las páginas de empleos y sus ofertas, varias cosas se me pasaron por la cabeza, pero la principal fue que según los trabajos leídos debo pensar que la vocación murió hace mucho tiempo, que la realidad se encargó de matarla de un hachazo cortándole la cabeza o la mantenemos prisionera, porque no me imagino a una profesora preguntándole a un niño:
-¿Qué quieres ser cuando seas grande?- y que éste le responda:

-Quiero ser “Consultor de Relaciones Institucionales”… “Jefe de Productos Terminados”… “Asesor Previsional en Canal Empresas”…

I mean… Really??  A todo esto… ¿Qué chucha hace un consultor? Cuando he preguntado: ¿Tú qué haces? – Soy consultor, hago consultorías. Mmm… Ya, y me lo dicen como si fuera el Dalai Lama de los trabajos, para mí es como escuchar: Gonzalo González.

En fin, no sé en qué momento el tren de la vida me dejó atrás porque no entendí los cargos publicados. En un mundo utópico estaríamos llenos de anuncios basados en las vocaciones, pero lamentablemente algo sucede en el camino que nos pierde, por lo general y lamentablemente es la plata. En Chile la educación es tan cara que la vuelve inalcanzable, ya es una rareza encontrar respuestas simples en las personas como: soy médico, soy dentista, soy arquitecto, soy abogado… a medida que se complica la vida se complica la forma de ganártela: soy asesor de gestión y control documental, y tragarte tus ganas de ser veterinario porque estudiarlo te costaba un puto ojo de la cara.

Yo creo que por eso nos hemos vuelto como los superhéroes, con doble identidad. Somos Cajero de banco/Médico, Ejecutivo de Cuentas/Profesor. De día somos una cosa, pero de noche o en nuestro tiempo libre somos otra. De día desempeñamos un papel para la sociedad, donde te muestras ocho horas realizando labores por obligación, y que al salir puedes ser aquella persona que realmente eres o deseas ser. Soñando, creyendo que puedes hacer una diferencia, teniendo esperanza de que todo cambie algún día. Vivimos esperando, ¿no es extraño eso? ¿Esperar qué? ¿Esperamos quitarnos el disfraz y no lo hacemos por miedo? Salimos temprano de la oficina y la libertad que uno respira esa casi embriagante, ¿sucedería lo mismo si amáramos lo que hacemos?

Vivir de la vocación debe ser un sueño hecho realidad, donde uno se levanta feliz de la cama con ganas de que sea lunes y no viernes. Yo creo que la rutina de hacer las cosas por obligación, desgastan al ser humano a tal punto que eliminan cualquier vestigio de infancia. Soñar se ha transformado para muchos en una proyección de verse con más dinero y con más tiempo para gastarlo en más cosas.

Uno de mis mejores amigos, Danilo, es de aquellas personas que si pudieran ser ermitaños lo serían. Yo creo que no lo ha hecho porque es tan pajero que no lo imagino sembrando, mucho menos cosechando su propia comida. Para él la vida es un lienzo de colores diversos que por admirarlo no deberíamos pagarlo. Muchas veces le encuentro razón, sin embargo, las sacudidas del sistema te despiertan del letargo hippie y debes estar atento. Si bien, mi vocación es ser escritora, con mayor razón debo estar pendiente de lo que sucede y capturar las historias que siempre revolotean a mi alrededor, aunque últimamente la inspiración y las ideas no dejan de evadirme como si fuese leprosa, así que mientras tanto me visto de Ingeniero para ir a entrevistas en las que te dicen:
-Tienes un excelente perfil, de hecho tremendo…- y miraba mi currículum como un evangelio perdido. Yo ya estaba casi segura que cumplía con lo solicitado cuando volvió a mirarme- pero estas muy por encima de lo que necesitamos. Muy sobrevaluada. Si te contrato, tendría que despedir como a dos del equipo. Prefiero a alguien recién egresado porque con tus capacidades, sería como matar moscas con bombazos.

Yo estuve a punto de decirle un dubitativo y extraño “¿Gracias?” porque me quedé con un gusto raro en la garganta, entre halago y decepción. Sin nada más que agregar, me despedí amablemente y me fui con mis bombas para la casa. Clark Kent tendría que esperar, hoy soy un Superman que trata de volver a volar.

martes, 7 de octubre de 2014

Los tiempos/precios cambian


En la Pascua de Resurrección sube el precio de los pescados, mariscos y limones. En las Fiestas Patrias sube el precio de la carne roja y las cebollas. Yo concluyo y propongo un intercambio: comer empanadas de mariscos y reineta a la parrilla para el 18 de septiembre y asar media vaca y anticuchos en la Pascua. Sale más a cuenta y me importa un carajo que los fonderos y la iglesia se escandalicen. Ya con el alza en el valor de los pasajes del Metro y Transantiago- más otra que se viene a fin de año- alza de precios en el trago y los cigarros, estoy convenciéndome cada día más de que el gobierno cree que cagamos plata y meamos oro fundido.
En esta entrada haré ciertos descargos frente a una realidad que golpea no solo a Chile sino que a varios países hermanos que tienen que hacer de tripas corazón y salir a trabajar a pesar de cómo todo va poniéndose cuesta arriba y con los mismos sueldos. Todo está más caro y de igual o peor calidad, ni siquiera ofrecen una mejoría que justifique el nuevo precio y el así público quede contento. Eso al parecer quedó en segundo plano. Expondré un ejemplo de algo vivido en carne propia para graficar de mejor manera lo que quiero decir con precio versus calidad y lo chata que estoy de estos robos que nosotros mismos estamos permitiendo.
Hace unas semanas fui con Estef a un pub cerca de casa- el cual por cierto es uno de mis favoritos para compartir un trago y degustar sus entremeses- y mientras conversábamos de la vida me puse a revisar el menú. Me di cuenta con el ceño un poco fruncido que todo había subido más de mil pesos y que algunos de los tragos que estaban en Happy Hour ya no estaban en Happy Hour. Llamé a la mesera con amabilidad, le pregunté lo lógico y me dijo que efectivamente se había producido un cambio en el menú por toda una renovación que estaba sucediendo en el establecimiento y el mercado mismo. Sinceramente, en ese minuto me dio paja pararme e irme, hacía frío afuera y sólo quería un puto trago con algo para picar. Nos quedamos. Sin embargo, mi tolerancia se fue a la cresta cuando pedí un Lomo X con papas fritas para dos personas. Ese plato era uno de los que pedía con mayor frecuencia porque era rico y contundente, y si estaba más caro me dio lo mismo porque lo valía, pero cuando la mesera llegó con mi orden me atraganté con el sorbo de pisco sour. Para que puedan dimensionarlo, entrelacen los dedos de sus manos tratando de dejar un espacio entre las palmas, y a ese tamaño… ¡RESTÉNLE LA MITAD! Era un cerrito de papas de mierda, uno que otro trocito de carne con cebolla y dos huevos fritos encima que por falta de espacio parecía un sostén reposado sobre de una rodilla. Estef y yo nos quedamos mirando como si nuestro desconcierto tuviera el poder X-men de multiplicar la carne. No podía creer que esa taza de comida nos costaría diez mil pesos. Llamé a la mesera.

-Disculpa pero… ¿Esto es para DOS personas?- pregunté, sintiendo las mejillas un poco acaloradas.
-Sí…

-¿Adultas?
-Sí…- me responde algo tímida y ahí se me desinfló la rabia que iba a proyectar injustamente hacia ella. Respiré profundo. Le dije que la porción había disminuido notoriamente desde la última vez que había ido a ese pub y me dio la razón, pero que no podía hacer nada porque el nuevo chef tenía nuevas cantidades por plato y tenía que respetarlo. Le devolví el lomo con dulzura y le pedí que le dijera al chef que sirviera con la cantidad correspondiente para dos seres humanos, no dos canarios. Al cabo de un rato la mesera vuelve sin cambios, solo más papas fritas alrededor de la miserable isla de carne y el sostén de huevos.
-Ehmmm…al “minimalista” no le pedí más papas. ¿Puedes llamar al administrador por favor?- la joven asiente y va por el genio de la oferta y la demanda.

Un viejo flaco, fumando un pucho y dándole importancia a su celular como si Coco Pacheco le estuviera escribiendo, llega a la mesa preguntando si había algún problema. Le comenté que el plato que había pedido no sólo estaba más caro sino que más chico y que no estaba conforme con ello. Me quedó mirando con una indiferencia tal que me calentó más los cachetes de la cara. Le insistí en que me parecía un exceso cobrar diez mil pesos por un plato tan pequeño, a menos que fueran huevos de águila calva.
-Así lo servimos ahora- me responde el “empático” administrador- Tenemos un nuevo chef y él trae sus cantidades y son estándar…- ¿Acaso el chef era la nueva Barbie Cocinera?, pensé yo, pero me mordí la lengua.

-Eso lo entiendo, señor, pero a juzgar por el tamaño del plato en otros pubs de Maipú cobran mucho menos.
-Entonces vaya a esos pubs- me respondió. Miiiira el hijo de puta.

Así no más. Si bien pudo tener razón en el hecho de que pude levantar mi culo de la silla y largarme antes de reclamar, lo que me enfureció fue su poco interés por retener a los clientes. Su único objetivo era aumentar los precios, bajar las cantidades y que nadie dijera nada al respecto, como todo empresario en todo rubro de este país. Y ese es uno de los grandes problemas del chileno consumidor, que lo permite quedándose callado para no hacer atados, para ahorrarse conflictos, como si le diera vergüenza o una lata horrible decir lo que piensa. A mí me importa una soberana mierda. En fin, le agradecí al hombre su tiempo masticando el rosario de puteadas que tenía por decirle, le pedí a la mesera la cuenta de los tragos y que le devolviera el plato al chef experto en porciones con zoom out. Nos fuimos.
Luego de ese episodio varias cosas me quedaron dando vueltas en la cabeza. Quizás por eso el rico es flaco, porque por un mojón de caviar pagan casi una renta de apartamento. Traté de racionalizar algunos conceptos para dormir en paz como: lo barato cuesta caro, pero lo que cuesta caro trae poco, porque si trae mucho es malo, y si es malo igual tienes que pagarlo... un círculo vicioso que marea y termina como conversación de sobremesa. Yo creo que ahí nacen y mueren los descontentos, a puerta cerrada, porque al final uno paga, termina decidiendo: me compro el auto o voy a una disco y me compro un trago con algo para comer, porque así como vamos en unos años más costarán lo mismo.