lunes, 21 de octubre de 2013

XX. Género complicado

Si uno se pone a pensar fríamente, se dará cuenta que es increíble la solidaridad que existe entre los hombres, en todo tipo de contexto. En verdad. Aunque no se conozcan una mierda se protegen, se aconsejan, se alientan, se advierten. En cambio, entre minas somos unas verdaderas perras bastardas. Síp, no hay cómo negarlo, no hay cómo ocultarlo incluso. El otro día leí un artículo de unas chicas que tatuaban en locales del sector Providencia, Los Leones y centro de Santiago. Dos de las entrevistadas hablaban de lo que les había costado ser tomadas en serio en un rubro donde el hombre impera con mucha ventaja. Sin embargo, como toda mujer esforzada y protagonista de su propia versión de Erin Brockovich, salieron adelante y cada una instaló su propio negocio de tatoos. Lo que llamó mi atención del artículo no fue la historia de superación ni el ejemplo que me dan para ir a pintarme una calavera en señal de apoyo, sino que fueron sus declaraciones destacadas en letras grandes como intro: “Yo no trabajo con mujeres”. Ese pequeño lugar intransigente de mi cerebro se alteró un poco, debo admitir, y me llevó a exclamar un ¿Qué huevá? Y empecé a leerlo como si devorara un animal herido.

Decía que ambas habían dado trabajo a chicas, efectivamente, para darles la oportunidad que ellas muy poco tuvieron. En un principio, todo bien, pero era cosa de tiempo nada más, como cuando mezclas comida picante con leche de plátano y esperas unos instantes la cagantina de tu vida. La situación se tornó muy complicada, una verdadera competencia desalmada. Una de las tatuadoras declaró que la que contrató hasta intentó arrebatarle todo el negocio, con arriendo, máquinas y todo. Mina que contrataban, problema que se les venía. Al final decidieron trabajar solas. Y fue donde detuve mi lectura, suspiré profundamente y comenté en voz baja: Puta que somos mariconas, por la cresta.

Antes sabía que los hombres eran leales con su propio género, sabía que si veían al amigo de un amigo cagando a su señora con X, sólo le levantarían las cejas a distancia, y si la mina estaba buena, con el dedo pulgar más encima, o si pueden taparle un condoro o error en el trabajo a otro, se lo tapan, no hay problema; pero al leer el artículo quedé sorprendida de lo malas que podemos ser entre nosotras. En nuestro género existe el estampado de la envidia, la cagamos. Si la tipa está estupenda: Se hizo algo, si tiene éxito con los varones: Es una puta sin remedio, si le va bien en la universidad: Se folla a un profe, si le va bien en el trabajo: Se folla al jefe, si tiene hijos rubios y ella es morena: Es racista y se folló un gringo o una piña… y así… ¿será porque no jugamos a la pelota los domingos y arreglamos cuentas a patadas? 

2 comentarios:

  1. Vaya, te escribí un comentario y se rompió el enlace. En suma, tedecía que lo mejor es juzgar los actos por su gravedad o bondad en lugar de señalar el sexo de quien lo comete y, de paso, acusar a todos. Así somos más justos y más felices.
    Un beso
    JM

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    1. Hola JuanMa,
      Sí, te encuentro razón lo de no juzgar por sexo, absolutamente, de hecho trato de aplicarlo en mi diario vivir, pero no puedo dejar de señalar que en verdad entre mujeres somos malvadas! No quisieras ser una de nosotras en situaciones de competencia! jejeje
      Un beso grande y gracias por venir a leerme :D
      Cuídate!

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