Qué
juego más adrenalínico y emocionante era el Ring-Ring Raja. Te juntabas con tus
amigos, hacías un estudio profundo de todos los timbres de tu barrio, evaluabas
cuál vecino sería el más entretenido de huevear, los ponías en una escala de
prioridades, te ajustabas las zapatillas y urdías el plan de acción
considerando las facultades físicas de los miembros del grupo. El valiente que
tocaba el timbre siempre era el más chico y flacuchento porque se suponía era el
más rápido, mientras que los demás se adelantaban algunos pasos atentos a la
jugada.
Llegaba
el momento esperado… se escuchaba conversación en el interior de la casa,
televisión encendida, ruido de platos y cubiertos. Listo, las víctimas estaban
en casa. El gestor se acercaba lentamente, agazapado como un felino, apretaba
el botón y a todo lo que daban sus piernitas de palote salía a toda raja antes
que la dueña de casa se asomara por la ventana. La idea siempre era confundir,
que los adultos no vieran a nadie y tuvieran pesadillas en las noches sobre
seres tocatimbres que conquistarían
el mundo y nos harían sus esclavos. Luego de la exitosa maniobra, el valiente era
admirado por el resto de la pandilla que se cagaba de la risa en la esquina más
cercana, al tiempo que rezaban en silencio para que no los descubrieran y los
acusaran con su vieja.
Sí,
era un juego que te hacía creer un vándalo, un adicto al peligro pero afianzaba
lazos de amistad, se diferenciaban los leales de los acusetes. Recuerdo haber sido en una oportunidad la valiente toca
timbre y fue la primera vez en mis cortos diez años de entonces, que me sentí
más viva y rebelde que la chucha. Sin embargo, ahora le cuento esto a una niña
de esa edad, con su ciber-vida en crecimiento, y se burla de mí hasta el día de
su matrimonio.
-¿Pero
por qué mejor no le das un toque por Facebook y cuando esa persona te conteste lo
bloqueas? – me preguntaría como si
fuera la huevada más obvia del mundo. Un disparo directo a mis treinta.
Porque
la idea era molestar, correr, sentir el peligro de ser pillado y levantar el
culo de los sillones y camas que usan hoy para jugar sus mierdas online. Antes,
el que no te dejaran salir era el castigo más cruel de todos los castigos del
infierno, ahora sencillamente les da lo mismo. Puedes jugar hasta el luche pisando
una alfombra conectada al PC, no hay necesidad de salir. Estoy segura de que si
el Ring-Ring Raja se jugara hoy sería fácil dar con los responsables
ubicándolos por GPS gracias a sus celulares. Ubicación activada, triangulación
y listo. Se acabó el juego.
Es
cosa de sentarse un momento y esperar a que a alguien se le encienda el foco y
cree una nueva aplicación móvil con juegos noventeros, donde puedas jugar al
Tombo, a la Pinta, a las Quemaditas, al Pillarse, a La Mesa Pide y tantos otros,
muy echado en tu cama y solo como huevón. No sé si echarle la culpa a la
tecnología o al miedo de los padres de hoy a dejar salir a sus hijos a la
calle. Posiblemente estos juegos en línea aparecieron a medida que el encierro
y el Internet fueron en aumento, quién sabe. Años atrás, cuando los juegos de
video eran privilegio de pocos, uno humildemente iba a la casa de algún vecino
que sí tenía y se lo arrendabas por una hora con las pocas chauchas que
lograbas juntar con tus amigos, pero era entretenido porque lo hacías todo en grupo,
incluso burlarte de ese amigo malo o el que movía el control de aquí para allá para
hacer saltar más alto o correr más rápido a Mario- apuesto a que muchos se
sintieron identificados.
Sin
lugar a dudas hay que hacer un minuto de silencio por el Ring-Ring Raja que murió
junto a las bolitas y al elástico, démosle la bienvenida a la incomunicación
personal y a la obesidad en nuestra sociedad. Démosle la bienvenida a las
generaciones que vienen, quienes a sus meses de vida los papás ya les pasan el
celular para que vean huevadas en Youtube y así no molestan como lo deberían hacer
las guaguas normales. Gracias “31 minutos” por inmortalizar ese emocionante juego
en una canción, lo lamentable es que muchos niños lo verán como un pasatiempo
idiota, porque correr quedó en el pasado y sólo es requerido cuando se les quedó
el celular en la casa antes de ir a clases y tienen que devolverse.
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