lunes, 23 de diciembre de 2013

XXIII. La Navidad en casa es de mi vieja

A mi madre siempre le han encantado los árboles de navidad enormes, frondosos y abundantemente ornamentados. Muchas veces me ha contado historias que vivió de cuando era niña, de la mano con mi abuela que desafortunadamente no llegué a conocer. Las cenas, los humildes regalos, las tradiciones perdidas y la canción navideña de Feliciano. Yo la observo en esta época y sé que es su celebración secreta, su procesión de recuerdos valiosos que guarda con celo. Cada año, al empezar diciembre, mi vieja hace que mi padre que se suba al caluroso entretecho de la casa como un astronauta y extraiga la larga caja en donde guardan el árbol y las guirnaldas. Los adornos son almacenados con un orden casi religioso y como rito, mi madre compra algunos nuevos para bendecirlo. Todas las navidades ella me dice- mientras decora- los colores que tendrá el árbol el próximo año, luego lo vuelve a mencionar como en julio y finalmente a pocos días de salir a comprar para que no exista duda alguna. Este año en particular, lo decoró de tonos morados y dorados. Le quedó precioso.

Recuerdo que años atrás mis viejos compraban el pino natural y toda la casa se impregnaba de ese maravilloso aroma que siempre aspiro a todo pulmón cuando lo siento. Los adornos en ese entonces eran de cristal muy delgado, con cualquier mala manipulación se hacían mierda y a mi madre le daba un ataque surtido. El hueveo de las luces siempre me ha parecido gracioso. Son un verdadero atado de problema eléctrico. Mi viejo, por más que enrolle el extenso cable con las bombillitas con un cuidado arqueológico, siempre al año siguiente sale de la caja una madeja incomprensible y defectuosa. Existen dos tipos de luces, las “Malas Compañeras”, que encienden independientemente importándoles un carajo que una no lo haga- esas son fáciles de reparar- y las “Best Friends Forever”, que si se echa a perder una ninguna enciende para que la dañada no pueda ser reconocida y todas se vayan a la cresta, pero juntas en protesta.

En Chile se prohibió la compra de los fuegos artificiales por los accidentes ocurridos en los últimos años, pero guardo bellos recuerdos de eso. Cuando tenía diez u once años, siempre en Navidad y Año Nuevo encendíamos Estrellitas, que eran varitas de pólvora que soltaban chispas y Voladores, que dejábamos de pie dentro de una botella de vidrio, se le encendía la mecha y salía disparado por los aires para estallar en el cielo, si la huevada era de mala calidad, de esos con etiquetas de lenguaje desconocido, estallaba en la misma botella y parecía un bombazo de guerra mundial. A pesar del peligro se pasaba genial. Mi viejo en esa práctica volvía a ser niño, al igual que con los volantines (cometas) en Fiestas Patrias, y se emocionaba tanto como yo al encenderlos.

Sí, tantas cosas hermosas en Navidad, pero lo triste es que son navidades pasadas. Me gustaría hablar de una Navidad actual sin ver sólo consumismo, estrés y antipatía en la gente. Camino por Paseo Ahumada, uno de los pasajes de comercio más conocidos de Santiago, y entre ese millón de personas que transita ahí a diario, sólo veo seriedad en sus rostros, indiferencia ante el prójimo, choques de hombros, ceños fruncidos y niños llorones que gritan por el último Furby- qué mono más horroroso. Por otro lado, lo horrible es que en este lado del hemisferio, la Navidad viene acompañada de un sol bien maricón, que calienta con todo cuando te ve haciendo compras de última hora, 32 hasta 34 grados de calor veraniego que condensa mucho más el mal humor en la gente y en ese Santa Claus absurdamente disfrazado con atuendo polar en Latinoamérica- pobre infeliz. Mis compras navideñas trato de hacerlas rápido y ojalá confundirme con el color de la ciudad para llegar a casa sin novedad. Sin embargo, veo a mi madre admirando su árbol con los brazos cruzados contra el pecho, como queriendo mantenerse de una pieza, y toda la locura de la puerta para afuera se me olvida. Hay de nuevo una niña en nuestra casa y es mi vieja. Qué ganas de regalarle una Navidad de los años sesenta conservada en una botella. 

4 comentarios:

  1. Es envidiable cómo recreas una admiración tan honda por cosas tan humildes como unas navidades de las de antes. Estas fechas me desesperan tanto, no solo ahora sino desde niño, que siento envidia de quienes sí disfrutan con esos ritos tan sencillos. Mañana cenaré con mi familia..., un año más.
    Un beso
    JM

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    1. JuanMa, muchas gracias por pasar por este canal tan abandonado a veces por mí misma. Gracias por apoyar mis escritos.
      Te mando un abrazo bien apretao!

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  2. Me encanta como escribes, con ese nivel de detalle tal que me hace ver a tu mamá cruzada de brazos viendo el árbol.... Un poco de crítica social y la chuchada precisa, si ser vulgar u ofenciva. Partes con el tema, desarrollas tú experiencia y vuelves al tema para el cierre. Un texto redondo, no latero (más bien entretenido, ágil y hasta chistoso), y que deja una reflexión. Me gustaría leer un libro tuyo, sería genial. Me he vuelto un fans de tus crónicas.... Saludos. PD: no soy crítico literario ni nada de eso, solo soy un humilde lector que con las pocas neuronas que le van quedando, puede notar y agradecer cuando algo es bueno. Jonathan.

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    1. Gracias, Jona!
      Me alegro mucho q te gusten estas crónicas que son una forma de ordenar un desvarío de pensamientos. Espero algún día hacer algo más que esto y seguir encantándote con mis relatos.
      Un besote grande!!!

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