lunes, 16 de enero de 2012

VI. En la ruta a los treinta - parte 2

Existen varias cosas curiosas de acercarse a los treinta. Una de ellas es que el cambio que se percibe en el cuerpo, en la manera lenta y tardía en que uno se recupera de los carretes, del desvelo, de la actividad física que te deja derrotado. Hace cinco años atrás, uno era capaz de salir de lunes a domingo sin mostrarse destruido en ningún momento. El hueveo seguía y, si la borrachera te golpeaba en la cabeza con un martillo, tranquilidad… un par de horas de sueño y arriba de nuevo. Hoy en día, a mis veintiocho otoños, debo decir que si me entra agua al bote al otro día estoy hecha una mierda, simplemente. Si carreteo un día jueves el viernes estoy convertida en un trapo, un zombie irreconocible. Sin siquiera planearlo empieza la típica letanía de: “no tomo nunca más”. Promesa que no sé a quién mierda se la hacemos. Una vez, mi madre me dijo:

-Con los años, cuesta más recuperarse de un carrete- y yo, con el estómago revuelto y un sabor a cenicero en la boca, la miré de reojo sin querer reconocerlo.

-Pero, mamá ¿de qué hablas?… si estoy fresca como lechuga…- le porfié cuando en realidad lo único que tenía de lechuga era el color verde en mi cara.

Sí, con el tiempo cambian las cosas gradualmente. Tanto que hasta comienzas a ponerte un poco más exigente, analítico y observador en situaciones que antes no tenían mayor importancia. Por ejemplo, en la discoteque. Nunca he sido muy fan de esos lugares, la verdad. Me molesta que no se pueda conversar, la aglomeración de gente, el humo que tiran sumándose al de los cigarrillos y- como no mencionarlo- el carrusel de huevones entorno a la pista. Esos tipos que van a la disco a mirar minas y se dan vueltas y vueltas alrededor como una procesión interminable. Me cago de la risa cuando los veo, y más cuando reconozco en algunas mujeres su mejor esfuerzo por poner caras deseables y las saquen a bailar para dejar de bailar con la amiga. Cada vez que regreso a mi casa, me zumban los oídos al ritmo del reggaetón- me acabo de dar cuenta que el Word sabe cómo se escribe esa palabra y me corrigió.

Hay muchas maneras de sentirse ya un adulto, donde hay detalles que marcan la diferencia generacional. A mi amiga Pepa le pasó en su trabajo. Ella es profesora de inglés y tiene que tratar con niños de entre seis y doce años de edad. Un día en su salón de clases, trataba de poner orden ante el bullicio y el escándalo de sillas de cuarenta y cinco locos bajitos que se hiperventilan por todo. Pepa, tratando de aferrarse a la poca paciencia que le quedaba, pedía silencio y atención a las actividades del día. Entre sus alumnos, ella se dio cuenta que uno de ellos escuchaba música por medio de audífonos. Éste fue su regaño:

-¿Y usted? ¡Guarde ese “Personal”!- el niño la quedó mirando con una expresión de pregunta, como si le hubiera hablado en marciano.

-¿Qué es “Personal”, profe?

En nuestra generación del cassette y el lápiz que se ajustaba a la perfección al rodillo de la cinta, “Personal Estéreo” era el aparato para escuchar música, no existían los mp3’s, ni los mp4’s, ni los Ipods, etc. En aquel entonces, había que hacer malabares para ahorrar pilas, luego aparecieron los reproductores de cd’s que nos obligaban a llevar a cuestas estuches con cientos de discos. Un hueveo. Pepa, lógicamente, se corrigió al instante pero no pudo evitar cagarse de la risa por dentro. De inmediato sintió la diferencia concreta, lo que de seguro sintieron nuestros viejos cuando nosotros les preguntábamos qué significaba tal cosa. El niño que regañó debió pensar: de qué mierda me está hablando esta “vieja”? – sí, porque para los de básica o primaria ya somos dignos de ser llamados así y de tratarnos de “usted”.

Es fuerte el cambio cuando llega el momento en que te dicen: “tía” o “señora”, ¿a quién no le ha sorprendido? Recuerdo que un niño jugaba frente a mi casa, su pelota cayó en mi jardín y llamó a la puerta. Salí para atenderlo. Al asomarme, me dice: Tía, ¿me puede devolver mi pelota, por favor? – listo, sucedió, pensé yo, finalmente sucedió. Pasé de Oye, ¿me puedes devolver mi pelota? a la formalidad absoluta. Casi le pinché la pelota de puro maricona. Por teléfono ocurre más a menudo cuando me llaman de alguna compañía, de algún banco o lo que sea:

-¿Hablo con Amanda Catalán?

-Sí, con ella… - respondo.

-Buenos días, SEÑORA Amanda, le informo… - ¡No me informe nada!

Bueno, es más entendible en ese caso, no pueden verme y siempre he tenido la voz un poco más ronca. En fin, hay que acostumbrarse a la idea ¿no? Los cambios sutiles como éstos son los que dan sabor a la vida y uno debe darle una perspectiva cómica… porque entre reír o llorar, siempre es mejor reír.

3 comentarios:

  1. Excelente!!! yo le sumo q ya no es tan facil bajar los kilos adquiridos en verano y q algunos te comienzan a mirar con cara de pena, al decir q cumpliras 30 sin hijos y soltera!!! jajajajajajjajaj

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    1. Jajajaja, seeeee... hay muchos detalles que iremos desglosando y riendo de esta etapa nueva q se nos viene! Y falta millones más xD Gracias por estar presente, amiga, un besote para ti!!!

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  2. Estoy en total acuerdo con USTED SEÑORA!! jhaja (aunque cuando me han llamado ami me han dicho DON, SEÑOR y lo "mas pior" JOVEN!

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