En la
Pascua de Resurrección sube el precio de los pescados, mariscos y limones. En
las Fiestas Patrias sube el precio de la carne roja y las cebollas. Yo concluyo
y propongo un intercambio: comer empanadas de mariscos y reineta a la parrilla
para el 18 de septiembre y asar media vaca y anticuchos en la Pascua. Sale más
a cuenta y me importa un carajo que los fonderos y la iglesia se escandalicen.
Ya con el alza en el valor de los pasajes del Metro y Transantiago- más otra
que se viene a fin de año- alza de precios en el trago y los cigarros, estoy convenciéndome
cada día más de que el gobierno cree que cagamos plata y meamos oro fundido.
En
esta entrada haré ciertos descargos frente a una realidad que golpea no solo a
Chile sino que a varios países hermanos que tienen que hacer de tripas corazón
y salir a trabajar a pesar de cómo todo va poniéndose cuesta arriba y con los
mismos sueldos. Todo está más caro y de igual o peor calidad, ni siquiera
ofrecen una mejoría que justifique el nuevo precio y el así público quede
contento. Eso al parecer quedó en segundo plano. Expondré un ejemplo de algo
vivido en carne propia para graficar de mejor manera lo que quiero decir con precio
versus calidad y lo chata que estoy de estos robos que nosotros mismos estamos
permitiendo.
Hace
unas semanas fui con Estef a un pub cerca de casa- el cual por cierto es uno de
mis favoritos para compartir un trago y degustar sus entremeses- y mientras
conversábamos de la vida me puse a revisar el menú. Me di cuenta con el ceño un
poco fruncido que todo había subido más de mil pesos y que algunos de los
tragos que estaban en Happy Hour ya
no estaban en Happy Hour. Llamé a la
mesera con amabilidad, le pregunté lo lógico y me dijo que efectivamente se
había producido un cambio en el menú por toda una renovación que estaba
sucediendo en el establecimiento y el mercado mismo. Sinceramente, en ese
minuto me dio paja pararme e irme, hacía frío afuera y sólo quería un puto
trago con algo para picar. Nos quedamos. Sin embargo, mi tolerancia se fue a la
cresta cuando pedí un Lomo X con papas
fritas para dos personas. Ese plato era uno de los que pedía con mayor frecuencia
porque era rico y contundente, y si estaba más caro me dio lo mismo porque lo
valía, pero cuando la mesera llegó con mi orden me atraganté con el sorbo de pisco
sour. Para que puedan dimensionarlo, entrelacen los dedos de sus manos tratando
de dejar un espacio entre las palmas, y a ese tamaño… ¡RESTÉNLE LA MITAD! Era
un cerrito de papas de mierda, uno que otro trocito de carne con cebolla y dos
huevos fritos encima que por falta de espacio parecía un sostén reposado sobre
de una rodilla. Estef y yo nos quedamos mirando como si nuestro desconcierto
tuviera el poder X-men de multiplicar la carne. No podía creer que esa taza de
comida nos costaría diez mil pesos. Llamé a la mesera.
-Disculpa
pero… ¿Esto es para DOS personas?-
pregunté, sintiendo las mejillas un poco acaloradas.
-Sí…
-¿Adultas?
-Sí…-
me responde algo tímida y ahí se me desinfló la rabia que iba a proyectar
injustamente hacia ella. Respiré profundo. Le dije que la porción había
disminuido notoriamente desde la última vez que había ido a ese pub y me dio la
razón, pero que no podía hacer nada porque el nuevo chef tenía nuevas
cantidades por plato y tenía que respetarlo. Le devolví el lomo con dulzura y
le pedí que le dijera al chef que sirviera con la cantidad correspondiente para
dos seres humanos, no dos canarios. Al cabo de un rato la mesera vuelve sin
cambios, solo más papas fritas alrededor de la miserable isla de carne y el
sostén de huevos.
-Ehmmm…al
“minimalista” no le pedí más papas. ¿Puedes llamar al administrador por favor?-
la joven asiente y va por el genio de la oferta y la demanda.
Un
viejo flaco, fumando un pucho y dándole importancia a su celular como si Coco
Pacheco le estuviera escribiendo, llega a la mesa preguntando si había algún
problema. Le comenté que el plato que había pedido no sólo estaba más caro sino
que más chico y que no estaba conforme con ello. Me quedó mirando con una
indiferencia tal que me calentó más los cachetes de la cara. Le insistí en que
me parecía un exceso cobrar diez mil pesos por un plato tan pequeño, a menos que fueran huevos de águila calva.
-Así lo
servimos ahora- me responde el “empático” administrador- Tenemos un nuevo chef
y él trae sus cantidades y son estándar…- ¿Acaso
el chef era la nueva Barbie Cocinera?, pensé yo, pero me mordí la lengua.
-Eso
lo entiendo, señor, pero a juzgar por el tamaño del plato en otros pubs de
Maipú cobran mucho menos.
-Entonces
vaya a esos pubs- me respondió. Miiiira el hijo de puta.
Así
no más. Si bien pudo tener razón en el hecho de que pude levantar mi culo de la
silla y largarme antes de reclamar, lo que me enfureció fue su poco interés por
retener a los clientes. Su único objetivo era aumentar los precios, bajar las
cantidades y que nadie dijera nada al respecto, como todo empresario en todo
rubro de este país. Y ese es uno de los grandes problemas del chileno
consumidor, que lo permite quedándose callado para no hacer atados, para ahorrarse
conflictos, como si le diera vergüenza o una lata horrible decir lo que piensa.
A mí me importa una soberana mierda. En fin, le agradecí al hombre su tiempo
masticando el rosario de puteadas que tenía por decirle, le pedí a la mesera la
cuenta de los tragos y que le devolviera el plato al chef experto en porciones con
zoom out. Nos fuimos.
Luego
de ese episodio varias cosas me quedaron dando vueltas en la cabeza. Quizás por
eso el rico es flaco, porque por un mojón de caviar pagan casi una renta de
apartamento. Traté de racionalizar algunos conceptos para dormir en paz como:
lo barato cuesta caro, pero lo que cuesta caro trae poco, porque si trae mucho
es malo, y si es malo igual tienes que pagarlo... un círculo vicioso que marea
y termina como conversación de sobremesa. Yo creo que ahí nacen y mueren los
descontentos, a puerta cerrada, porque al final uno paga, termina decidiendo:
me compro el auto o voy a una disco y me compro un trago con algo para comer, porque
así como vamos en unos años más costarán lo mismo.
Lo peor de todo, Andrómeda, es que la gente paga y paga por minucias en las fiestas, no comprende que un Ferrari cueste menos de 80.000 euros, que un futbolista no vaya a entrenar en un Mercedes...
ResponderEliminarY entre tanta idiotez, que nos despista, los capitales se van en barco a las Islas Caimán.
En mi familia, en Navidad -no somos muy creyentes, pero da igual- cenamos una sopa y migas, que es un plato de pastores.
Un saludo, amiga
JM