martes, 7 de octubre de 2014

Los tiempos/precios cambian


En la Pascua de Resurrección sube el precio de los pescados, mariscos y limones. En las Fiestas Patrias sube el precio de la carne roja y las cebollas. Yo concluyo y propongo un intercambio: comer empanadas de mariscos y reineta a la parrilla para el 18 de septiembre y asar media vaca y anticuchos en la Pascua. Sale más a cuenta y me importa un carajo que los fonderos y la iglesia se escandalicen. Ya con el alza en el valor de los pasajes del Metro y Transantiago- más otra que se viene a fin de año- alza de precios en el trago y los cigarros, estoy convenciéndome cada día más de que el gobierno cree que cagamos plata y meamos oro fundido.
En esta entrada haré ciertos descargos frente a una realidad que golpea no solo a Chile sino que a varios países hermanos que tienen que hacer de tripas corazón y salir a trabajar a pesar de cómo todo va poniéndose cuesta arriba y con los mismos sueldos. Todo está más caro y de igual o peor calidad, ni siquiera ofrecen una mejoría que justifique el nuevo precio y el así público quede contento. Eso al parecer quedó en segundo plano. Expondré un ejemplo de algo vivido en carne propia para graficar de mejor manera lo que quiero decir con precio versus calidad y lo chata que estoy de estos robos que nosotros mismos estamos permitiendo.
Hace unas semanas fui con Estef a un pub cerca de casa- el cual por cierto es uno de mis favoritos para compartir un trago y degustar sus entremeses- y mientras conversábamos de la vida me puse a revisar el menú. Me di cuenta con el ceño un poco fruncido que todo había subido más de mil pesos y que algunos de los tragos que estaban en Happy Hour ya no estaban en Happy Hour. Llamé a la mesera con amabilidad, le pregunté lo lógico y me dijo que efectivamente se había producido un cambio en el menú por toda una renovación que estaba sucediendo en el establecimiento y el mercado mismo. Sinceramente, en ese minuto me dio paja pararme e irme, hacía frío afuera y sólo quería un puto trago con algo para picar. Nos quedamos. Sin embargo, mi tolerancia se fue a la cresta cuando pedí un Lomo X con papas fritas para dos personas. Ese plato era uno de los que pedía con mayor frecuencia porque era rico y contundente, y si estaba más caro me dio lo mismo porque lo valía, pero cuando la mesera llegó con mi orden me atraganté con el sorbo de pisco sour. Para que puedan dimensionarlo, entrelacen los dedos de sus manos tratando de dejar un espacio entre las palmas, y a ese tamaño… ¡RESTÉNLE LA MITAD! Era un cerrito de papas de mierda, uno que otro trocito de carne con cebolla y dos huevos fritos encima que por falta de espacio parecía un sostén reposado sobre de una rodilla. Estef y yo nos quedamos mirando como si nuestro desconcierto tuviera el poder X-men de multiplicar la carne. No podía creer que esa taza de comida nos costaría diez mil pesos. Llamé a la mesera.

-Disculpa pero… ¿Esto es para DOS personas?- pregunté, sintiendo las mejillas un poco acaloradas.
-Sí…

-¿Adultas?
-Sí…- me responde algo tímida y ahí se me desinfló la rabia que iba a proyectar injustamente hacia ella. Respiré profundo. Le dije que la porción había disminuido notoriamente desde la última vez que había ido a ese pub y me dio la razón, pero que no podía hacer nada porque el nuevo chef tenía nuevas cantidades por plato y tenía que respetarlo. Le devolví el lomo con dulzura y le pedí que le dijera al chef que sirviera con la cantidad correspondiente para dos seres humanos, no dos canarios. Al cabo de un rato la mesera vuelve sin cambios, solo más papas fritas alrededor de la miserable isla de carne y el sostén de huevos.
-Ehmmm…al “minimalista” no le pedí más papas. ¿Puedes llamar al administrador por favor?- la joven asiente y va por el genio de la oferta y la demanda.

Un viejo flaco, fumando un pucho y dándole importancia a su celular como si Coco Pacheco le estuviera escribiendo, llega a la mesa preguntando si había algún problema. Le comenté que el plato que había pedido no sólo estaba más caro sino que más chico y que no estaba conforme con ello. Me quedó mirando con una indiferencia tal que me calentó más los cachetes de la cara. Le insistí en que me parecía un exceso cobrar diez mil pesos por un plato tan pequeño, a menos que fueran huevos de águila calva.
-Así lo servimos ahora- me responde el “empático” administrador- Tenemos un nuevo chef y él trae sus cantidades y son estándar…- ¿Acaso el chef era la nueva Barbie Cocinera?, pensé yo, pero me mordí la lengua.

-Eso lo entiendo, señor, pero a juzgar por el tamaño del plato en otros pubs de Maipú cobran mucho menos.
-Entonces vaya a esos pubs- me respondió. Miiiira el hijo de puta.

Así no más. Si bien pudo tener razón en el hecho de que pude levantar mi culo de la silla y largarme antes de reclamar, lo que me enfureció fue su poco interés por retener a los clientes. Su único objetivo era aumentar los precios, bajar las cantidades y que nadie dijera nada al respecto, como todo empresario en todo rubro de este país. Y ese es uno de los grandes problemas del chileno consumidor, que lo permite quedándose callado para no hacer atados, para ahorrarse conflictos, como si le diera vergüenza o una lata horrible decir lo que piensa. A mí me importa una soberana mierda. En fin, le agradecí al hombre su tiempo masticando el rosario de puteadas que tenía por decirle, le pedí a la mesera la cuenta de los tragos y que le devolviera el plato al chef experto en porciones con zoom out. Nos fuimos.
Luego de ese episodio varias cosas me quedaron dando vueltas en la cabeza. Quizás por eso el rico es flaco, porque por un mojón de caviar pagan casi una renta de apartamento. Traté de racionalizar algunos conceptos para dormir en paz como: lo barato cuesta caro, pero lo que cuesta caro trae poco, porque si trae mucho es malo, y si es malo igual tienes que pagarlo... un círculo vicioso que marea y termina como conversación de sobremesa. Yo creo que ahí nacen y mueren los descontentos, a puerta cerrada, porque al final uno paga, termina decidiendo: me compro el auto o voy a una disco y me compro un trago con algo para comer, porque así como vamos en unos años más costarán lo mismo.

1 comentario:

  1. Lo peor de todo, Andrómeda, es que la gente paga y paga por minucias en las fiestas, no comprende que un Ferrari cueste menos de 80.000 euros, que un futbolista no vaya a entrenar en un Mercedes...
    Y entre tanta idiotez, que nos despista, los capitales se van en barco a las Islas Caimán.
    En mi familia, en Navidad -no somos muy creyentes, pero da igual- cenamos una sopa y migas, que es un plato de pastores.

    Un saludo, amiga
    JM

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