Hace dos meses más o menos que estoy
viviendo sola en mi nueva casa. Ha sido toda una experiencia, la verdad. Una experiencia
que te hace valorar cada día más el trabajo y la dedicación de una madre. Extraño
mucho a mi vieja en detalles como su infalible talento de encontrar todas mis
cosas, por más pequeñas e insignificantes que sean. Ahora pierdo todo, y si las
vuelvo a ver es porque tropiezo con ellas cuando renuncié a la labor de
buscarlas. Imagino que cobrarán vida y se cruzan en mi camino para darme una
mano. Otra cosa que extraño de mi madre son sus cazuelas de pollo o vacuno, esas
sopas maravillosas en días de frío, o sus toallas siempre con aroma a
suavizante o el hecho que me encendía el calientacamas cuando llegaba tarde a la
casa. No hay nada en esta vida que supere una cama cálida cuando uno está como
chupete helado.
Vivir solo viene en compañía irremediable
de silencio. Silencio a veces regocijante y otras veces muy molesto, como si
tuvieras que pisar fuerte al caminar para no sentirte aislado del mundo, para
hacer bochinche. Cuando llego a mi casa tarde en la noche, abro la puerta,
enciendo todas las luces y la televisión de inmediato. Necesito escuchar ruido
para sentirme segura. No miento que en algunas ocasiones me siento una niña y
me doy rabia, No puedes tener treinta y
un años, Amanda, y saltar al menor crujido. No puedes tener miedo de las
sombras que proyectan los cables en las ventanas ni tener esa fértil imaginación
sobre fantasmas huevones y ese tipo de mierdas paranormales. Jamás me ha
pasado nada de eso, pero les aseguro que no sería una Juana de Arco si llegara
a suceder.
Hace algunas semanas adopté a un perro
callejero que si bien ahora huevea por diez, es un buen guardián. Es enorme. Tiene
todo el aspecto de un pastor alemán de pelo largo. Al pararse en dos patas mide
casi lo mismo que yo- que es 1.67 cm, por si acaso. De patas gruesas y hocico
largo. La noche en que apareció salí a comprar cigarros con Estef muy tarde en
la noche. Hacía frío, una niebla bastante cerrada cubría las calles y el cielo
era de un tono violeta intenso. Nada de luna, nada de estrellas. Caminamos algunas
cuadras conversando, cuando de la nada aparece este perro con su porte señorial
y elegancia. Seguía a un tipo de cerca pero al vernos cambió de opinión y se nos
acercó trotando. Como donde vivo ahora es barrio nuevo, había un portón con
guardias que cuidaban el sector y siempre estaban acompañados por una jauría de
perros la mayoría muy agresivos, sobre todo una perra de mierda mezcla de Shar
Pei que se cree la gran huevada. En fin, pasamos y antes que los perros nos
ladraran como era costumbre, este “perro aparecido” se cruzó delante de
nosotras empujando a los demás a un lado, abriéndonos camino. En ningún momento
peleó con ellos pero no dejó que ninguno se nos acercara. Seguimos nuestro
camino e iba atrás y algunas veces nos adelantaba. Persona que pasaba en
dirección contraria, él los miraba con las orejas en punta y no nos dejaba
avanzar hasta que el extraño se alejara.
-¿Y de dónde salió este guardaespaldas?-
pregunté pensando que lo perderíamos en el camino.
-Es tan hermoso- comentó Estef y como buena
amante de los animales que es ella, me miraba con las pupilas brillantes cada
vez que podía. Yo trataba de hacer caso omiso.
Compramos en una botillería algo apartada
de la casa, el perro se sentó afuera a esperarnos y al volver, lógicamente nos
siguió haciendo lo mismo que conté en un inicio. Yo ya estaba algo preocupada,
porque estábamos por llegar a mi casa y el perro no mostraba ninguna intención
de marcharse. A mí me complicaba, no porque odie a los animales sino que no
tenía lugar para él, ni presupuesto considerado aún para tener mascotas. Me detuve
frente a mi reja y el perro se sentó moviendo la cola. Quité el candado, abrí
la puerta y entró disparado como dueño de casa.
-Ya… Pasa, huevón, pasa- dije entre molesta
y divertida.
Estef lo bautizó como Samael, no por la
banda suiza de rock, sino que por su significado que es Ángel de la Fuerza, un
arcángel de Dios. Y no negaré que me ha hecho compañía, me he sentido bastante
segura con él durmiendo en mi jardín, porque con su tamaño Samael inspira más
respeto que la chucha. Tiene buen carácter, es manso con la gente que yo dejo
entrar, se deja acariciar y lo más maravilloso de todo… no caga en el jardín ni
en el patio, ¡puta qué hermoso! Prefiere salir y hacer sus mierdas afuera. Sin embargo,
este ideal y conveniente comportamiento tiene su precio. Al despuntar el alba y
el sol entrega sus primeros rayos al mundo, Samael cambia su personalidad radicalmente
y se convierte en un gallo que canta para despertar a todo el vecindario. Ladra
y aulla hasta sacarme de la cama tempranito y obligarme a bajar para abrirle la
reja. Sale y al rato vuelve, cansado de oler varios culos perrunos. No sé si
prefiero eso o recoger sus depósitos que haciendo mérito a su tamaño, si mi
jardín fuera Río lo suyo sería el Pan de Azúcar. Creo que mejor aprecio el que me despierte,
¿no?
Dicen que el sashimi lo inventó uno que vivía solo y no quería fregar sartenes..., ¡Y mira dónde llegó! A veces echo de menos la época en que, ya hace mucho, viví solo en un estudio de 20 metros cuadrados: inventé la cocina sencilla y aprendí a poseer justo lo que cabe en el maletero de un Fiat. ¡Fueron tiempos maravillosos!
ResponderEliminarUn saludo
JM
Que simpatico Samael como hizo un acto heroico por defenderlas. Se ve que es un perro muy inteligente, y al final hizo todo el show por poder quedarse, la supo hacer! Jajaja
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