El pasado viernes 2 de mayo fui a ver a mi
mejor amiga Claudia. Luego de su separación, volvió a vivir con sus padres lo
que me trae recuerdos de adolescencia cada vez que visito esa casa. Los mismos
olores, la misma sensación de seguridad. A mi amiga le ha tocado duro pero
tiene la fortaleza de los muros de Camelot en las venas y estoy orgullosa de
ella aunque muchas veces cree no merecerlo.
Cuando Claudia me contó de su último
embarazo no reaccioné como debe hacerlo una verdadera amiga. Esa tarde de
verano, al comunicarme de su estado, ella se encontraba acompañada del futuro
padre del bebé- un imbécil que nunca me cayó en gracia- y me lo dijo enfrente
de él. No pude fingir mi desacuerdo, sólo la idea de saberla unida a ese huevón
de mierda de por vida me daba urticaria. Le respondí de forma negativa, me
levanté de la mesa y me fui de regreso a mi casa en bicicleta, pedaleando
rápido y con los pulmones apretados. Sé que debí apoyarla y celebrar la nueva
vida, un hijo siempre es una bendición, pero en ese momento, mis vísceras
tomaron control de mis impulsos y largué lo que pensaba sin filtros en el
hocico.
Después de ese episodio, ocurrió uno más
desagradable. Pasaron varios días en que no nos hablábamos con Claudia, yo por molesta
y ella por decepcionada y tenía razón. Cuando éramos chicas nuestros enojos
siempre duraban cerca de una semana, pero aquella vez todo era diferente,
habíamos crecido, buscando nuestro lugar, nuestro valor, las personas que
estarían en nuestras vidas en las buenas y en las malas, nos habíamos lastimado
y ella me lo hizo saber a gritos fuera de mi casa. De seguro fue un espectáculo
para mis vecinos. Me confesó que tuvo más miedo de contármelo a mí que a sus
padres y eso me dio justo en el corazón. Me entré llorando, llamando a Pepa y a
Gianinna para contarles lo sucedido. Sabía que la había cagado y tuve que
tragarme mi orgullo ariano para volver a ella con la cola entre las patas. Sin embargo,
nuestra amistad siempre había sido fuerte, pudimos resolver ese problema,
curarnos las heridas y seguir adelante. Ese niño sería amado por mí como debió
ser desde el primer instante.
Andrómeda, el mejor consejo para ser una buena madrina es ser transparente, porque los niños deben equivocarse solos sin que los atosiguen. En el fondo una criatura es como una página en blanco en la que se escribirá todo, a veces con líneas torcidas y otras con renglones rectos... Si hay faltas de ortografía, se ayudará a corregir, eso es todo.
ResponderEliminarUn saludo
JM