jueves, 8 de mayo de 2014

La madrina

El pasado viernes 2 de mayo fui a ver a mi mejor amiga Claudia. Luego de su separación, volvió a vivir con sus padres lo que me trae recuerdos de adolescencia cada vez que visito esa casa. Los mismos olores, la misma sensación de seguridad. A mi amiga le ha tocado duro pero tiene la fortaleza de los muros de Camelot en las venas y estoy orgullosa de ella aunque muchas veces cree no merecerlo.

Cuando Claudia me contó de su último embarazo no reaccioné como debe hacerlo una verdadera amiga. Esa tarde de verano, al comunicarme de su estado, ella se encontraba acompañada del futuro padre del bebé- un imbécil que nunca me cayó en gracia- y me lo dijo enfrente de él. No pude fingir mi desacuerdo, sólo la idea de saberla unida a ese huevón de mierda de por vida me daba urticaria. Le respondí de forma negativa, me levanté de la mesa y me fui de regreso a mi casa en bicicleta, pedaleando rápido y con los pulmones apretados. Sé que debí apoyarla y celebrar la nueva vida, un hijo siempre es una bendición, pero en ese momento, mis vísceras tomaron control de mis impulsos y largué lo que pensaba sin filtros en el hocico.

Después de ese episodio, ocurrió uno más desagradable. Pasaron varios días en que no nos hablábamos con Claudia, yo por molesta y ella por decepcionada y tenía razón. Cuando éramos chicas nuestros enojos siempre duraban cerca de una semana, pero aquella vez todo era diferente, habíamos crecido, buscando nuestro lugar, nuestro valor, las personas que estarían en nuestras vidas en las buenas y en las malas, nos habíamos lastimado y ella me lo hizo saber a gritos fuera de mi casa. De seguro fue un espectáculo para mis vecinos. Me confesó que tuvo más miedo de contármelo a mí que a sus padres y eso me dio justo en el corazón. Me entré llorando, llamando a Pepa y a Gianinna para contarles lo sucedido. Sabía que la había cagado y tuve que tragarme mi orgullo ariano para volver a ella con la cola entre las patas. Sin embargo, nuestra amistad siempre había sido fuerte, pudimos resolver ese problema, curarnos las heridas y seguir adelante. Ese niño sería amado por mí como debió ser desde el primer instante.

Como decía, el viernes pasado fui a ver a Claudia, ella me dijo que tenía algo que comentarme y yo, pensando en miles de posibilidades nunca pensé en que me pediría ser la madrina de Simón, así se llama su bebé. Debo confesar que me pilló de sorpresa, me costó creerlo y me quedé boquiabierta sin saber qué decir. Acepté y fue como el cierre a un capítulo que por fortuna nos unió más, cuando pensé que podría causar lo contrario. Ahora estoy cagada de miedo porque no sé cómo hacerlo, no tengo muy buenos antecedentes sobre el rol que debe cumplir un padrino, los míos nunca han estado conmigo, tampoco los de mi hermana, así que tendré que aprender a ser una representante digna de responsabilidad y apoyo. Tratar de ser una presencia notable en la vida del pequeño y enseñarle a que debe amar con el corazón, como su madre y yo lo hacemos. En esta oportunidad, en este blog en donde relato más que nada cosas divertidas, quiero dedicar mis palabras a Claudia y a mi futuro ahijado, prometiéndoles que daré lo mejor para evitar nuevas decepciones, porque el enojo de alguien me lo banco pero lo otro es mucho más difícil de reparar.

1 comentario:

  1. Andrómeda, el mejor consejo para ser una buena madrina es ser transparente, porque los niños deben equivocarse solos sin que los atosiguen. En el fondo una criatura es como una página en blanco en la que se escribirá todo, a veces con líneas torcidas y otras con renglones rectos... Si hay faltas de ortografía, se ayudará a corregir, eso es todo.
    Un saludo
    JM

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