Bueno,
ya entré a la nueva década de mi vida, tanto que hablé del tema que creo que me
amortiguó un poco el aterrizaje y no ha sido tan traumante. Aunque sí, he notado cambios, pero más que físicos han
sido emocionales. Me he vuelto una vieja de mierda odiosa. Sí, tengo que asumirlo
y empezar a cambiarlo o de lo contrario me convertiré en una desagradable
persona con la cual nadie querrá pasar su tiempo. Ya me veo dentro de unos años
llena de gatos, regando el pasto a cada rato y puteando por y contra la vida en
lo que me he vuelto experta, debo añadir.
Pero
en fin, ya basta de eso, no quiero tampoco apuntar a lo negativo, también han
sucedido cosas buenas en este último tiempo que no he escrito en este blog
lleno de locuras, en este espacio laberíntico de pensamientos locos y al mismo
tiempo cuerdos. Mi mejor amiga Carla ya tuvo a su retoño, un redondito tan
exquisito que me robó el corazón apenas lo vi, apenas lo tomé entre mis brazos.
Enamorada de ese niño hasta la estupidez misma. El 17 de mayo fue el día de su
nacimiento y cómo no olvidarlo, fue un día bastante preocupante a decir verdad.
Matías nació por cesárea y de urgencia. Luego de pasar horas en labores de
parto, Carla se paseaba de aquí para allá en los pasillos de la clínica
esperando el momento. Todos queríamos parto normal, pero el asunto comenzó a
tardar más de lo correspondiente y el riesgo se hacía cada vez mayor. Yo fui a
acompañarla un rato saliendo de mi trabajo y su rostro de dolor e impaciencia
me angustió. Después de muchas horas, la matrona optó por intervenirla finalmente
y Matías llegó al mundo amoratado. Esa decisión tardía nos molestó a todos, mi
amiga quedó destruida y Juan, su esposo, más traumado que la mierda.
Gracias
a Dios todo salió bien, Carla se recuperó de aquel calvario y el gordito crece
como mala hierba. Estoy feliz por ella, ya tiene su vida resuelta, esposa y
madre, así que poco a poco comenzamos a aprender a vivir esta nueva etapa. Por otro
lado, lo que es yo, dejé de pensarlo tanto y me fui en picada en la compra de
una casa, el famoso sueño de la casa propia. Estuve pensando en departamento
pero recibí tantas malas experiencias de amigos que viven en uno que esa idea se
fue al carajo. No negaré que estoy cagada de miedo ahora, firmar papeles de
compromiso de pago no es un tema menor. Millones de pesos parcializados en años
te hacen estrellarte en la realidad de nuevo adulto sin airbags. Tengo que
madurar rápido o caeré como una pendeja sin idea de nada y más encima endeudada
hasta el cuello. Bueno, hay que pagar no más, ordenarse y hacerme la idea de
sentarme en cajas de tomates y dormir en una lona colgada como hamaca. Estoy corriendo
la voz de que una vez que me la entreguen haré un HouseShower donde mis amigos
deberán regalarme platos y ese tipo de huevadas que yo no compraré. Si quieren
un lugar permanente para carretear deberán cooperar.
Una
de las cosas importantes que ha sucedido también es que aprendí que no todos
consideran la amistad y la confianza tan trascendentales como lo hago yo. Y
está bien. No todos tenemos que ser iguales. Sin embargo, no tengo intenciones
de rodearme o dedicar mi atención a ese tipo de personas, quiero poner mi entusiasmo
en aquellos que sí lo valen, sí respetan mi amor y apuesta ciega por ellos. Miles
de recuerdos me llenan la mente pero como un disco duro sobrecargado hay que
hacer mantención. No digo que los eliminaré, sólo los moveré a un rincón en
donde no tenga que verlos a cada momento porque al fin y al cabo hacen daño,
antes eran mis motivos de inspiración para escribir, hoy sólo me entorpecen la
idea de crear sin entristecerme. Esos recuerdos fueron parte de un capítulo,
ahora hay que pasar al siguiente.
Hace
mucho que no me inspiro para escribir como lo deseo. A veces creo que mi
cerebro, mi corazón y mis dedos están enfrascados en una batalla sin cuartel. Están
enemistados y yo sólo quiero agitar la bandera blanca de la tregua. Tengo a la
Amanda escritora demasiado olvidada y es hora de sacarla del desván. No digo
que ya mañana tenga una novela de trescientas páginas, sino que verter mis
sentimientos y mi imaginación en páginas blancas, esas páginas que para mí son
mejores que cualquier espejo impecable que exista para el alma.
Yo nací un 12 de mayo de hace más de cuatro décadas, y sigo aprendiendo porque vivo y observo. De todo escribo y de todo invento hasta que las décadas se sumen sin freno.
ResponderEliminarUn abrazo de paso por Oporto
Juan M