En
segundo año de secundaria me regalaron una grabadora de voz. Se suponía que esa
grabadora tendría fines académicos, como grabar las clases para luego estudiar
de lo que los profes hablaban y comentaban en el momento, después tomar apuntes
y asimilarlos mediante audífonos mientras dormía. ¡Qué mierda más mentirosa! ¡Nada de eso
pasó! Me dediqué a sólo huevear con ella grabando cientos y cientos de cintas
con conversaciones y momentos vividos con mi grupo de amigos. Entre mis tesoros
invaluables tengo una bolsa llena de casetes donde algunos los tengo fechados y
otros simplemente con breves alusivos. No los había podido escuchar hace años debido
a que la tecnología avanza y los equipos de música sólo tienen CD y entradas
USB actualmente, hasta que esta mañana- gracias a un regalo de cumpleaños
anticipado (gracias, mi gorda)- pude volver a reír oyendo la sarta de huevadas que
hablábamos cuando pendejos.
Yo pensaba
estúpidamente que mi voz no había cambiado mucho, pero en realidad el timbre
quinceañero no me lo quita nadie. Escuchar a mis amigos en discusiones, bromas
y temas muchas veces banales me hizo estallar en carcajadas mientras viajaba en
el autobús camino a la oficina. Miraba por la ventanilla hacia la calle pero la
verdad era que no estaba mirando nada, tenía la vista perdida recordando
escenarios, recordando la sala de clases, recordándonos con uniforme y sentados
al final de la sala, preocupados de contarnos cosas y reír con ganas sin pescar
a los profes. Volver a escuchar esas pláticas me hizo viajar al pasado con la
fuerza de un rayo, tan vertiginosa y radicalmente que estuve a punto de creer
que tenía que bajarme en la escuela y entrar corriendo.
Al escuchar
a los chicos descubrí otra vez por qué se convirtieron en mis mejores amigos. En
una parte en particular de la cinta, Claudia y Pepa adaptaban la letra de una
canción de Candy- serie animada japonesa- a distintos estilos de música:
Cumbia, Merengue, Ópera, Rock, Rap, hasta a los gritos roncos y desaforados de
Janis Joplin. Mi risa hizo que varios pasajeros de la Transantiago en la que
iba, me miraran como si estuviera loca o escuchando la estación de radio más
divertida de toda la historia. En otra, Jeannette nos contaba que había comido
chocolate en exceso el fin de semana y que la frente le había estallado en
acné, y peor aún, su madre le había aconsejado aplicarse jugo de limón,
¿resultado? Una frente más irritada y roja que la puta. Gianinna y su
sinceridad frente a conflictos de amor adolescente: Pero si la mina es fea, tú le pegai mil patadas en la raja, decía
con propiedad y golpeando la mesa. Danilo y su súper maestría en la fabricación
de pitos de marihuana demorando finalmente media hora en uno sólo, y Marcial quien
con sus gestos de Jim Carrey nos hacía reír hasta dolernos la panza.
Ayer
en las noticias contaron del aniversario del primer llamado en teléfono
celular. Mostraron los modelos antiguos, cómo han evolucionado y lo novedoso y
lujoso que era tener uno. En ese mismo segundo año de escuela, Claudia fue la
primera en tener un celular- que ahora serviría para matar a un huevón de un
golpe en la cabezota. Era enorme y con antena, como un teléfono inalámbrico, pero
en ese tiempo hasta nosotras nos creíamos topísimas
con sólo ser amigas de la dueña del aparato. Al escuchar sobre eso, volví a
carcajear y ya tenía que bajarme para ir a trabajar. Cómo pasa el tiempo como
agua entre los dedos. Había olvidado muchas cosas, muchos detalles. Había
olvidado las entretenciones noventeras que tanto nos hicieron afianzar lazos de
amistad.
Antes
de que se masificara el Internet o aparecieran los juegos de video tan
sofisticados que parecen películas en HD y con tal detalle que llega a dar
miedo, nos entreteníamos con lo que teníamos a mano y más barato. En los
noventa existían diversiones como el Carioca o el Bachillerato: Nombre,
Apellido, País/Ciudad, Fruta/Verdura, Color/Cosa; también estaba el que sacaba
de quicio a muchos: las pitanzas por teléfono. En un principio no existían los
aparatos con identificador de llamadas, por lo tanto, coger el auricular,
contestar y que te preguntaran: “¿Estará Tina?”, “No”, “¿Entonces dónde te
bañas vieja cochina?”, te dejaba más caliente que la mierda y puteando a medio
mundo, con ganas de llamar a la CTC – así se llamaba antes la compañía de
teléfono- y demandar a cualquiera que trabajara allí por incompetente. En fin,
esta mañana camino a la oficina escuché un casete, lo saqué para cambiar al
lado B y en Transantiago viajé al pasado.
ya no tengo modo de escucharlos, pero aún conservo los casetes de cuando era chico, algunos originales y mucho grabados de la radio o de otras fuentes. Tambié sé, aunque no lo encuentro, que tengo una grabación en directo de un grupo de rock en el que yo era guitarrista y cantante. si llego a escucharlo algún día no sé si reiré o lloraré.
ResponderEliminarme ha hecho recordar.
un beso
Juan M
Asi con las grabaciones de las clases jajajaja
ResponderEliminarA mi me paso algo similar: 1992 y mis viejos nos compraban en Navidad un Atari 65XE supuestamente para aprender de los cassettes educativos... esa resulto ser mi primera "consola de videojuegos", y ademas me dedicaba a hacer los ejemplos de programa en Basic Atari del manual.
Me fascinaba la idea que de alguna manera la maquina hacia lo que yo le pedia. Ahi partio mi vocacion por la informatica... mas tarde cache que igual era fome y me subi a la moto jajajajajjajajajjaja