jueves, 4 de abril de 2013

XVI. Viaje al pasado



En segundo año de secundaria me regalaron una grabadora de voz. Se suponía que esa grabadora tendría fines académicos, como grabar las clases para luego estudiar de lo que los profes hablaban y comentaban en el momento, después tomar apuntes y asimilarlos mediante audífonos mientras dormía. ¡Qué mierda más mentirosa! ¡Nada de eso pasó! Me dediqué a sólo huevear con ella grabando cientos y cientos de cintas con conversaciones y momentos vividos con mi grupo de amigos. Entre mis tesoros invaluables tengo una bolsa llena de casetes donde algunos los tengo fechados y otros simplemente con breves alusivos. No los había podido escuchar hace años debido a que la tecnología avanza y los equipos de música sólo tienen CD y entradas USB actualmente, hasta que esta mañana- gracias a un regalo de cumpleaños anticipado (gracias, mi gorda)- pude volver a reír oyendo la sarta de huevadas que hablábamos cuando pendejos.

Yo pensaba estúpidamente que mi voz no había cambiado mucho, pero en realidad el timbre quinceañero no me lo quita nadie. Escuchar a mis amigos en discusiones, bromas y temas muchas veces banales me hizo estallar en carcajadas mientras viajaba en el autobús camino a la oficina. Miraba por la ventanilla hacia la calle pero la verdad era que no estaba mirando nada, tenía la vista perdida recordando escenarios, recordando la sala de clases, recordándonos con uniforme y sentados al final de la sala, preocupados de contarnos cosas y reír con ganas sin pescar a los profes. Volver a escuchar esas pláticas me hizo viajar al pasado con la fuerza de un rayo, tan vertiginosa y radicalmente que estuve a punto de creer que tenía que bajarme en la escuela y entrar corriendo.

Al escuchar a los chicos descubrí otra vez por qué se convirtieron en mis mejores amigos. En una parte en particular de la cinta, Claudia y Pepa adaptaban la letra de una canción de Candy- serie animada japonesa- a distintos estilos de música: Cumbia, Merengue, Ópera, Rock, Rap, hasta a los gritos roncos y desaforados de Janis Joplin. Mi risa hizo que varios pasajeros de la Transantiago en la que iba, me miraran como si estuviera loca o escuchando la estación de radio más divertida de toda la historia. En otra, Jeannette nos contaba que había comido chocolate en exceso el fin de semana y que la frente le había estallado en acné, y peor aún, su madre le había aconsejado aplicarse jugo de limón, ¿resultado? Una frente más irritada y roja que la puta. Gianinna y su sinceridad frente a conflictos de amor adolescente: Pero si la mina es fea, tú le pegai mil patadas en la raja, decía con propiedad y golpeando la mesa. Danilo y su súper maestría en la fabricación de pitos de marihuana demorando finalmente media hora en uno sólo, y Marcial quien con sus gestos de Jim Carrey nos hacía reír hasta dolernos la panza.

Ayer en las noticias contaron del aniversario del primer llamado en teléfono celular. Mostraron los modelos antiguos, cómo han evolucionado y lo novedoso y lujoso que era tener uno. En ese mismo segundo año de escuela, Claudia fue la primera en tener un celular- que ahora serviría para matar a un huevón de un golpe en la cabezota. Era enorme y con antena, como un teléfono inalámbrico, pero en ese tiempo hasta nosotras nos creíamos topísimas con sólo ser amigas de la dueña del aparato. Al escuchar sobre eso, volví a carcajear y ya tenía que bajarme para ir a trabajar. Cómo pasa el tiempo como agua entre los dedos. Había olvidado muchas cosas, muchos detalles. Había olvidado las entretenciones noventeras que tanto nos hicieron afianzar lazos de amistad.

Antes de que se masificara el Internet o aparecieran los juegos de video tan sofisticados que parecen películas en HD y con tal detalle que llega a dar miedo, nos entreteníamos con lo que teníamos a mano y más barato. En los noventa existían diversiones como el Carioca o el Bachillerato: Nombre, Apellido, País/Ciudad, Fruta/Verdura, Color/Cosa; también estaba el que sacaba de quicio a muchos: las pitanzas por teléfono. En un principio no existían los aparatos con identificador de llamadas, por lo tanto, coger el auricular, contestar y que te preguntaran: “¿Estará Tina?”, “No”, “¿Entonces dónde te bañas vieja cochina?”, te dejaba más caliente que la mierda y puteando a medio mundo, con ganas de llamar a la CTC – así se llamaba antes la compañía de teléfono- y demandar a cualquiera que trabajara allí por incompetente. En fin, esta mañana camino a la oficina escuché un casete, lo saqué para cambiar al lado B y en Transantiago viajé al pasado.

2 comentarios:

  1. ya no tengo modo de escucharlos, pero aún conservo los casetes de cuando era chico, algunos originales y mucho grabados de la radio o de otras fuentes. Tambié sé, aunque no lo encuentro, que tengo una grabación en directo de un grupo de rock en el que yo era guitarrista y cantante. si llego a escucharlo algún día no sé si reiré o lloraré.
    me ha hecho recordar.
    un beso
    Juan M

    ResponderEliminar
  2. Asi con las grabaciones de las clases jajajaja
    A mi me paso algo similar: 1992 y mis viejos nos compraban en Navidad un Atari 65XE supuestamente para aprender de los cassettes educativos... esa resulto ser mi primera "consola de videojuegos", y ademas me dedicaba a hacer los ejemplos de programa en Basic Atari del manual.
    Me fascinaba la idea que de alguna manera la maquina hacia lo que yo le pedia. Ahi partio mi vocacion por la informatica... mas tarde cache que igual era fome y me subi a la moto jajajajajjajajajjaja

    ResponderEliminar