jueves, 5 de enero de 2012

III. En la ruta a los treinta

El cambio de folio siempre es algo importante, incluso cuando se era un niño el hecho de pasar de los nueve a los diez años sonaba todo un acontecimiento. De los diecinueve a los veinte sigue pareciendo atractivo, la década del desenfreno y la continuidad del descubrimiento, sin tanto sermón de parte de los padres porque se podía decir con seguridad que se era mayor de edad. Ahora, en la ruta a los treinta, la cosa comienza a ponerse fea. Empiezan los cuestionamientos más seguidos: ¿Cuándo te casarás?, los desafíos más pesados: ¿Cuándo pagarás por tu casa propia?, los reproches más molestos: Ya estás grandecita para…, y las comparaciones de mierda: Cuando yo tenía tu edad… - una verdadera paja.

Soy la mayor entre las primas de mi familia paterna. La que me sigue en edad tiene veinticuatro años y tuvo un bebé a los dieciséis. Quedó la grande debido a esto. Era un tema prohibido de comentar, de preguntar, sobre todo de discutir en ese momento. Yo tenía veinte años cumplidos y cuando esa bomba estalló varias de mis tías me decían entre dientes: pensábamos que tú nos harías “tías abuelas” primero. Internamente me mordí la lengua. ¿Por qué?, fue lo primero que resonó en mi cabeza como sierra eléctrica, ¿sólo por ser la mayor? No me malinterpreten, un hijo siempre es una bendición, es sólo que el momento y las circunstancias son lo que complican y por eso se trata de aplazar su llegada- hasta dónde se pueda, claro.

Estar cerca de los treinta se presta para este tipo de cosas. He escuchado hasta comentarios en tono de excesiva preocupación como: "... porque SUPONGO que piensas casarte, ¿no?"- qué carajos les importa eso? Si estás de novia, te huevean, si no estás de novia, también. Hace unos meses atrás, mi mejor amiga Carla pasó por una situación algo extraña que retratará más o menos lo que debemos pasar por culpa de la sociedad, que no puede verte vivir en paz un rato. Durante un almuerzo familiar, al cual Carla no asistió pero sí su madre, el tema de la conversación de sobremesa fue el largo tiempo que mi amiga ha estado sin novio. Algunos dieron sus opiniones pero la que fue para el Oscar salió de la boca de la esposa de su primo:

-Ella debe reconocer su condición- dijo de forma sugerente. La madre de Carla quiso saber a qué se refería con ello.

-¿Qué condición?

-Que ella es lesbiana y tiene algo con Amanda (mi persona)

Nos cagamos de la risa con Carla cuando me contó- claro que después de que ella lanzara puteadas por la conversación que se generó a costillas suyas. Y si fuese lesbiana, ¿qué?, reclamó enojada. Nos hicieron comprender que la mentalidad del ser humano es tan estereotipada y regida por un plan controlado que salirte del modelo te encasilla de inmediato, como un montón de ovejas arreadas por un jinete hacia una misma dirección. Pobre de que se salga una de la línea porque será una oveja descarriada, loca como una cabra de monte. No digo yo… para sobrevivir a esta etapa hay que tener buen humor y tolerancia frente a los intolerantes.


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