lunes, 16 de noviembre de 2015

Cagó el Ring-Ring Raja


Qué juego más adrenalínico y emocionante era el Ring-Ring Raja. Te juntabas con tus amigos, hacías un estudio profundo de todos los timbres de tu barrio, evaluabas cuál vecino sería el más entretenido de huevear, los ponías en una escala de prioridades, te ajustabas las zapatillas y urdías el plan de acción considerando las facultades físicas de los miembros del grupo. El valiente que tocaba el timbre siempre era el más chico y flacuchento porque se suponía era el más rápido, mientras que los demás se adelantaban algunos pasos atentos a la jugada.

Llegaba el momento esperado… se escuchaba conversación en el interior de la casa, televisión encendida, ruido de platos y cubiertos. Listo, las víctimas estaban en casa. El gestor se acercaba lentamente, agazapado como un felino, apretaba el botón y a todo lo que daban sus piernitas de palote salía a toda raja antes que la dueña de casa se asomara por la ventana. La idea siempre era confundir, que los adultos no vieran a nadie y tuvieran pesadillas en las noches sobre seres tocatimbres que conquistarían el mundo y nos harían sus esclavos. Luego de la exitosa maniobra, el valiente era admirado por el resto de la pandilla que se cagaba de la risa en la esquina más cercana, al tiempo que rezaban en silencio para que no los descubrieran y los acusaran con su vieja.

Sí, era un juego que te hacía creer un vándalo, un adicto al peligro pero afianzaba lazos de amistad, se diferenciaban los leales de los acusetes. Recuerdo haber sido en una oportunidad la valiente toca timbre y fue la primera vez en mis cortos diez años de entonces, que me sentí más viva y rebelde que la chucha. Sin embargo, ahora le cuento esto a una niña de esa edad, con su ciber-vida en crecimiento, y se burla de mí hasta el día de su matrimonio.

-¿Pero por qué mejor no le das un toque por Facebook y cuando esa persona te conteste lo bloqueas? me preguntaría como si fuera la huevada más obvia del mundo. Un disparo directo a mis treinta.

Porque la idea era molestar, correr, sentir el peligro de ser pillado y levantar el culo de los sillones y camas que usan hoy para jugar sus mierdas online. Antes, el que no te dejaran salir era el castigo más cruel de todos los castigos del infierno, ahora sencillamente les da lo mismo. Puedes jugar hasta el luche pisando una alfombra conectada al PC, no hay necesidad de salir. Estoy segura de que si el Ring-Ring Raja se jugara hoy sería fácil dar con los responsables ubicándolos por GPS gracias a sus celulares. Ubicación activada, triangulación y listo. Se acabó el juego.

Es cosa de sentarse un momento y esperar a que a alguien se le encienda el foco y cree una nueva aplicación móvil con juegos noventeros, donde puedas jugar al Tombo, a la Pinta, a las Quemaditas, al Pillarse, a La Mesa Pide y tantos otros, muy echado en tu cama y solo como huevón. No sé si echarle la culpa a la tecnología o al miedo de los padres de hoy a dejar salir a sus hijos a la calle. Posiblemente estos juegos en línea aparecieron a medida que el encierro y el Internet fueron en aumento, quién sabe. Años atrás, cuando los juegos de video eran privilegio de pocos, uno humildemente iba a la casa de algún vecino que sí tenía y se lo arrendabas por una hora con las pocas chauchas que lograbas juntar con tus amigos, pero era entretenido porque lo hacías todo en grupo, incluso burlarte de ese amigo malo o el que movía el control de aquí para allá para hacer saltar más alto o correr más rápido a Mario- apuesto a que muchos se sintieron identificados.

Sin lugar a dudas hay que hacer un minuto de silencio por el Ring-Ring Raja que murió junto a las bolitas y al elástico, démosle la bienvenida a la incomunicación personal y a la obesidad en nuestra sociedad. Démosle la bienvenida a las generaciones que vienen, quienes a sus meses de vida los papás ya les pasan el celular para que vean huevadas en Youtube y así no molestan como lo deberían hacer las guaguas normales. Gracias “31 minutos” por inmortalizar ese emocionante juego en una canción, lo lamentable es que muchos niños lo verán como un pasatiempo idiota, porque correr quedó en el pasado y sólo es requerido cuando se les quedó el celular en la casa antes de ir a clases y tienen que devolverse.