sábado, 30 de agosto de 2014

Vestigios de evolución humana


Yo siempre he tenido el deseo de volver a los 18 años para disfrutar de aquellos momentos que no disfruté cuando pude, para tomar algunas decisiones diferentes o simplemente para vivir despreocupada de las responsabilidades adultas que hoy me quitan el sueño como a todos. Es reconfortante tomar la máquina del tiempo que hay en nuestra mente e imaginarse adolescente otra vez. Nos aleja de la gravedad treintona que nos frunce el ceño y nos lleva a sonreír con la ligereza de un niño. Sin embargo, una cosa es lo que acabo de mencionar, lo cual es bello idealizar, y otra muy diferente es que una puta muela del juicio sea la que te haga sentir pendejo de nuevo. 

Las “muelas del juicio” son el tercer molar que suele aparecer a las edades entre 17 y 25 años y son vestigios de la evolución humana, como lo son el apéndice y el hueso del cóccix. Tengo 31 malditos otoños en el cuerpo y hace 10 de ellos atrás me extirparon tres muelas del juicio que llegaron a mi boca tacleando a las demás como si fueran línea de defensa de fútbol americano. En las radiografías se veía claramente que venían malditas y el dentista me dijo de manera muy democrática que había que sacarlas sin demora. Yo tuve que frenarle la mano un momento porque el doctor quería extraer dos al mismo tiempo y casi lo ahorco por tal sugerencia diabólica. Me las saca de a una y se conforma, señor. Si queda con ganas de seguir sacando huevadas, vaya a arrancar malezas a su patio.

Bueno, el procedimiento no fue tan traumático como pensé sería. Hizo palanca un par de veces y salieron como molusco adheridos a una roca. No tuve mayores inconvenientes pero los puntos que unían las encías eran los cabrones. Tenía que comer del lado sin la intervención ladeando la cabeza, mordiendo con cuidado y con unos deseos irrefrenables de zamparme un asado grotesco. El día que llegué de mi primera muela extraída, pedí en casa que no hicieran nada exquisito que requiriera una abertura de boca importante. Quería alejar de mí toda tentación. Me acuesto para descansar tratando de ignorar mi hambre de mierda, cuando al rato mi hermana entra a la habitación con una dulzura nunca antes vista:

-Mira, Mandu, hice “Completos”- me dice con una bandeja entre las manos.

-ARE YOU FUCKING KIDDING ME????

Para los posibles lectores que no sean chilenos, los Completos son muy parecidos a los Hot Dogs pero un poco más grandes y con más ingredientes. Tuve que aferrarme a la poca cordura que me quedaba para no echarla cagando por cruel. En fin, pasaron los días en los que comí todo licuado, hasta los dichosos Completos para no quedarme con las ganas, me sacaron los puntos y el dentista dijo que no era probable que la cuarta apareciera porque estaba muy abajo a diferencia de las otras. Yo le creí y me relajé creyendo que esas palabras serían definitivas. Sin embargo, el “para siempre” es mucho tiempo, por lo que hace tan sólo una semana atrás una molestia en mi encía me hizo acordarme de este doctor con mucho cariño. Espero que no sea la muela que nunca aparecería, pensé irónicamente. Me acerqué a un espejo, miro hacia el origen del dolor y ahí estaba la huevona, con sus cachitos asomándose al exterior como diciéndome: Perdón por el atraso – Naaa, ¿cómo se te ocurre? Pasa. Estás en tu casa.

Y bueno, aquí estoy… en mi casa, haciendo reposo y con un lado de la cara hinchado como hámster. Y déjenme decirle que esta muela fue la más desgraciada de todas, sin intención alguna de permitirme vivir sola. Aferrada como un koala al hueso de mi mandíbula y más encima con la raíz como un gancho que de haber podido se lleva consigo hasta mi espina dorsal. Dos dentistas, DOS, tuvieron que dar la pelea con esta hija de puta que quería morir conmigo. Era la solidificación misma del egoísmo, la testarudez, la obsesión y la maldad. Nunca había visto semejante porfía en un objeto inanimado- aunque eso ya lo estoy dudando porque debió tener vida propia.

Cuando al fin pudieron extraerla, luego de dos horas de cirugía y casi con el mismo Ministro de Salud haciendo palanca en mi boca, sentía que me habían agarrado a patadas toda la quijada. Lloré porque ya no podía más. Los dentistas me decían: Abra bien grande. Ya estaba que me daba vuelta como calcetín ¿qué más abierta la querían? Yo estaba cerca de dejar la silla así como estaba no más, con la encía en carne viva y un malgenio de los mil demonios. No obstante, después de largos minutos la tortura terminó, me entregaron la muela limpia y entonces vi esa raíz maricona que hacía de ancla. La odié como jamás había odiado algo en toda mi vida. Se la pedí al dentista para guardarla pero en realidad tenía unas ganas tremendas de vendarla, pasarle un cigarro y ponerla contra una pared para fusilarla. 

sábado, 2 de agosto de 2014

Vivir sola

Hace dos meses más o menos que estoy viviendo sola en mi nueva casa. Ha sido toda una experiencia, la verdad. Una experiencia que te hace valorar cada día más el trabajo y la dedicación de una madre. Extraño mucho a mi vieja en detalles como su infalible talento de encontrar todas mis cosas, por más pequeñas e insignificantes que sean. Ahora pierdo todo, y si las vuelvo a ver es porque tropiezo con ellas cuando renuncié a la labor de buscarlas. Imagino que cobrarán vida y se cruzan en mi camino para darme una mano. Otra cosa que extraño de mi madre son sus cazuelas de pollo o vacuno, esas sopas maravillosas en días de frío, o sus toallas siempre con aroma a suavizante o el hecho que me encendía el calientacamas cuando llegaba tarde a la casa. No hay nada en esta vida que supere una cama cálida cuando uno está como chupete helado.

Vivir solo viene en compañía irremediable de silencio. Silencio a veces regocijante y otras veces muy molesto, como si tuvieras que pisar fuerte al caminar para no sentirte aislado del mundo, para hacer bochinche. Cuando llego a mi casa tarde en la noche, abro la puerta, enciendo todas las luces y la televisión de inmediato. Necesito escuchar ruido para sentirme segura. No miento que en algunas ocasiones me siento una niña y me doy rabia, No puedes tener treinta y un años, Amanda, y saltar al menor crujido. No puedes tener miedo de las sombras que proyectan los cables en las ventanas ni tener esa fértil imaginación sobre fantasmas huevones y ese tipo de mierdas paranormales. Jamás me ha pasado nada de eso, pero les aseguro que no sería una Juana de Arco si llegara a suceder.

Hace algunas semanas adopté a un perro callejero que si bien ahora huevea por diez, es un buen guardián. Es enorme. Tiene todo el aspecto de un pastor alemán de pelo largo. Al pararse en dos patas mide casi lo mismo que yo- que es 1.67 cm, por si acaso. De patas gruesas y hocico largo. La noche en que apareció salí a comprar cigarros con Estef muy tarde en la noche. Hacía frío, una niebla bastante cerrada cubría las calles y el cielo era de un tono violeta intenso. Nada de luna, nada de estrellas. Caminamos algunas cuadras conversando, cuando de la nada aparece este perro con su porte señorial y elegancia. Seguía a un tipo de cerca pero al vernos cambió de opinión y se nos acercó trotando. Como donde vivo ahora es barrio nuevo, había un portón con guardias que cuidaban el sector y siempre estaban acompañados por una jauría de perros la mayoría muy agresivos, sobre todo una perra de mierda mezcla de Shar Pei que se cree la gran huevada. En fin, pasamos y antes que los perros nos ladraran como era costumbre, este “perro aparecido” se cruzó delante de nosotras empujando a los demás a un lado, abriéndonos camino. En ningún momento peleó con ellos pero no dejó que ninguno se nos acercara. Seguimos nuestro camino e iba atrás y algunas veces nos adelantaba. Persona que pasaba en dirección contraria, él los miraba con las orejas en punta y no nos dejaba avanzar hasta que el extraño se alejara.

-¿Y de dónde salió este guardaespaldas?- pregunté pensando que lo perderíamos en el camino.
-Es tan hermoso- comentó Estef y como buena amante de los animales que es ella, me miraba con las pupilas brillantes cada vez que podía. Yo trataba de hacer caso omiso.

Compramos en una botillería algo apartada de la casa, el perro se sentó afuera a esperarnos y al volver, lógicamente nos siguió haciendo lo mismo que conté en un inicio. Yo ya estaba algo preocupada, porque estábamos por llegar a mi casa y el perro no mostraba ninguna intención de marcharse. A mí me complicaba, no porque odie a los animales sino que no tenía lugar para él, ni presupuesto considerado aún para tener mascotas. Me detuve frente a mi reja y el perro se sentó moviendo la cola. Quité el candado, abrí la puerta y entró disparado como dueño de casa.

-Ya… Pasa, huevón, pasa- dije entre molesta y divertida.

Estef lo bautizó como Samael, no por la banda suiza de rock, sino que por su significado que es Ángel de la Fuerza, un arcángel de Dios. Y no negaré que me ha hecho compañía, me he sentido bastante segura con él durmiendo en mi jardín, porque con su tamaño Samael inspira más respeto que la chucha. Tiene buen carácter, es manso con la gente que yo dejo entrar, se deja acariciar y lo más maravilloso de todo… no caga en el jardín ni en el patio, ¡puta qué hermoso! Prefiere salir y hacer sus mierdas afuera. Sin embargo, este ideal y conveniente comportamiento tiene su precio. Al despuntar el alba y el sol entrega sus primeros rayos al mundo, Samael cambia su personalidad radicalmente y se convierte en un gallo que canta para despertar a todo el vecindario. Ladra y aulla hasta sacarme de la cama tempranito y obligarme a bajar para abrirle la reja. Sale y al rato vuelve, cansado de oler varios culos perrunos. No sé si prefiero eso o recoger sus depósitos que haciendo mérito a su tamaño, si mi jardín fuera Río lo suyo sería el Pan de Azúcar.  Creo que mejor aprecio el que me despierte, ¿no?

Sí, estas semanas viviendo sola han sido interesantes. Ser dueña de casa es una cosa nueva para mí, no tengo ese instinto hacendoso de poner todo el lugar como espejo ni la cama como si fuera elástica. Soy sencilla y muchas veces almuerzo cualquier huevada sólo para no darme la paja de lavar ollas y todos los implementos que conllevan. Cocinar me gusta, pero aún estoy en la práctica de encontrar las cosas halladas antes por mi madre, ocupar el silencio para intentar escribir y domesticar un perro que todavía cree que su comida está en la basura en vez del plato.