lunes, 2 de junio de 2014

La casa nueva

Como la canción de Tito Fernández. El 20 de mayo me entregaron mi casa nueva. Mi casa. Suena extraño e incluso intimidante. Estos últimos días he estado como las locas comprando huevadas, viendo maestros para los arreglos y todo eso que te pone los nervios de punta. Nunca imaginé que una casa tuviera tanto trabajo y gasto. Uno como hijo sólo se preocupa de vivir en el hogar de los padres, dormir, comer, ensuciar y ser prácticamente un parásito que sólo aporta más gastos. Una de las cosas que me preocupan es justamente eso, ser dueña de casa, organizada y metódica con el dinero. Soy la despilfarradora número uno de este país. Si fuera presidente estaría en deuda con todos los países hasta con algunos planetas de la vía láctea si descubro que hay vida y pueden hacer préstamos a plazo. Nunca miro lo que tengo que pagar, si me llega la cuenta casi ni la reviso, llego y desembolso importándome una mierda. Eso tiene que cambiar ya.

Una de las cosas que también debo cambiar de mí es que soy un torbellino de desorden. Creo que una de las grandes preocupaciones de mi madre es que no encuentro nada. Estoy convencida que la convención de duendes se reúne semanalmente para esconderme todo. El regalo útil que mi vieja de seguro me dará serán ganchos para ponerlos en el techo y colgarme las cosas a la vista. Siempre me dice eso cuando le pregunto por alguna huevada: ¿Dónde están mis llaves?, ¿Dónde están las tijeras?, ¿Has visto mi chaleco negro? ¿Has visto ese par de calcetines morados con blanco? ¿Has visto mis jeans claros que me puse ayer?, y mi madre con ese poder élfico inexplicable, llega, abre una gaveta y las cosas saltan a sus brazos como reencuentro. Como lo he dicho anteriormente, estoy segura que es la mejor amiga de los duendes.

Bueno, dentro de la semana que pasó, cambié las puertas por unas más seguras– consejo de mi amiga Gianinna – compré la cocina, la lavadora, la cama de dos plazas que costó un mundo subir por las escaleras para que finalmente la subieran por partes a través de la ventana del segundo piso. Pagué por las protecciones de fierro en cada ventana – qué paja es tener que pensar siempre en un invitado inevitable: El Flaite chileno. Explicaré lo que es eso para los lectores que no viven en este país. El Flaite chileno es una raza de escoria que vive por medio de los demás. Le gusta lo ajeno y se apropia de ello como si fuera un derecho irrevocable escrito en la Constitución. Son “abogados” por vocación, conocen las leyes casi al pie de la letra, son expertos en relaciones públicas, comercio exterior y atletas de elite, desde salto con obstáculos hasta los cien metros planos en donde no se les ve ni el polvo. Ya teniendo eso más o menos claro, entenderán que tuve que resguardar bien la casa, sobre todo cuando me di cuenta que uno de estos Flaites me sacó de cuajo la cañería del gas en el abrigo penumbroso de la noche. Creo que inventé puteadas para su incorporación a la RAE de pura rabia e impotencia.

Desde ese momento decidí quedarme durante las noches en la casa para que no se viera tan abandonada. Meto bullicio, abro las ventanas, transito de allá para acá limpiando y ordenando. ¡Qué manera de haber tierra por todos lados por la misma chucha! Estoy creyendo seriamente que soy yo la estatua de lodo, yo ando dejando estelas de mugre como el amigo de Charlie Brown con su nube de polvo alrededor. Quisiera flotar por la casa porque por donde miro hay huellas y la miserable escoba que compré no da abasto.

En fin, han sido días intensos y sólo estamos empezando. Todo esto me ha ayudado a madurar un poco más, aprender de cañerías, metros cuadrados y materiales. Yo creía que todo se podía con cemento, madera, clavos y tornillos pero no es tan así la cosa, existen el teflón, la sierra, llaves, diferentes tipos de pernos, brocas de taladro para metal, madera y concreto, etcétera. Soy la principiante de las principiantes y necesitaré más ayuda de la que pensaba. Pero bueno, la casa es linda, me gusta. Está bien hecha, no he tenido problemas de goteras, ni de puertas que no se cierran bien, ni terminaciones mediocres y ese tipo de inconvenientes. A mi gente le ha gustado y pronto hay que inaugurarla con su asado correspondiente, pero aún no mientras no la llene un poco más y me mude definitivamente. Tengo muchas ideas en la cabeza para hacer aquí pero si no tengo una máquina para producir billetes creo que tendrán que esperar, porque con todo lo que he pagado ya dos infartos son más que suficientes.