miércoles, 23 de mayo de 2012

XI. Mi amiga que se casó


El matrimonio siempre ha sido algo serio, una decisión importante en la vida, el paso que todos tememos dar por miedo a caernos y rebotar en el suelo de hocico. Definitivamente hay que ser valiente, y más que eso amar al punto de desvariar un poco con el final feliz. No lo critico, me gusta que la gente todavía tenga esperanzas, ganas adquirir un compromiso tal que te haga madurar a la fuerza. En mi grupo de amigos tuvimos un casamiento al cual fuimos como invitados de honor. Gianinna, una de mis mejores amigas la cual no había nombrado sino hasta ahora, se casó con su novio de muchos años. Siempre la molestábamos con que se habían conocido en la incubadora e intercambiado los chupones. Amor a primer puchero. Cuando nos contó de la boda durante una tarde de parrillada, a ninguno le extrañó, la verdad. Era lo que faltaba para cerrar con un anillo el eterno noviazgo.

Aquella ceremonia fue realizada en verano, en el mes más caliente de todo el año en esta parte del planeta: enero. Cuando se casa tu mejor amiga quieres verte bien, estar “ad hoc” con el importante acontecimiento porque de seguro aparecerás en casi todas las fotos. Recuerdo que me reuní con mi amigo Danilo en mi casa, para que mi otro amigo Marcial nos recogiera juntos en su auto. Resulta que éste último nos pidió que saliéramos a su encuentro en una transitada avenida sin ningún puto árbol que hiciera sombra. Fue una verdadera lata. Parados en la orilla del camino, con 30° de calor, mi maquillaje sudado y mis zapatos entierrados, no quería más que ahorcarlo con mis propias manos. Por fin Danilo y yo nos veíamos ordenados entre los jeans y zapatillas gastadas que siempre usamos. El asunto es que la ceremonia empezaba a las 18:00 y eran aproximadamente las 17:55 cuando a lo lejos vimos el vehículo de Marcial entre el espejismo. Volamos prácticamente a la iglesia sorteando el tránsito como locos. Llegamos, estacionamos en cualquier parte y nos dimos cuenta que nos habíamos perdido la entrada de la novia. Ingresamos, uno a cada lado del otro, y nos ubicamos entre las butacas. Pepa nos escuchó en ese santificado silencio y al voltear para mirarnos la saludamos con una sonrisa, ella en cambio nos devolvió una mirada furibunda que nos mandó a la mierda sin necesidad de palabras. Nos había llamado hasta el cansancio para que nos apresuráramos.

Afortunadamente el sacerdote se ahorró la clase de religión y los casó sin mucha demora. Beso, aplausos y luego la caminata por el pasillo hacia la salida. Fue emocionante ver a esa chica, a quien conocí a los catorce años, vestida de novia y con una expresión que mezclaba a la perfección la alegría con el miedo. Yo no me emociono mucho en las bodas, pero en ésta sentí su nudillo loco apretándome el pescuezo. Claudia la miraba con un orgullo casi maternal y eso me mataba más. En fin, la fiesta no tardó en llegar, la recepción fue buenísima, con aperitivos, tragos y los novios que llegaron minutos después tras esa tradicional vuelta en auto que- a mi opinión- es para puro huevear. Nosotros esperábamos tomándonos fotos, fumando y perdiendo el tiempo de alguna manera. Pasamos al interior del local y en la mesa que nos ubicaron nos estaban esperando varios entremeses. Para qué mentir… nos los zampamos sin ninguna piedad en menos de quince minutos. Lo irónico fue que después de unas palabras del padre de la novia dando la bienvenida, cierra con lo siguiente: “Gracias y ahora, disfruten del cóctel”, y sobre nuestra mesa ya corrían bolas de paja. Los muy huevones mirándose las caras mientras los demás comían con el permiso del orador, como tenía que ser.

Obviamente que dentro de la celebración llega el momento de la liga y el ramo al cual, por supuesto, no hice el mínimo esfuerzo de atrapar. Me patea ver que haya minas que se enredan en una batalla muy poco estética por un moñito de flores. Y así se habla de que el punto de vista femenino hacia el matrimonio ha cambiado. Bueno, la fiesta fue todo un éxito, bailamos y bebimos hasta que subieron las sillas, y Gianinna cumplió su sueño desde que estábamos en el cole. Ella siempre fue muy clara en lo que quería de la vida: casa, marido e hijos. Menudita, con tierna sonrisa pero de un carácter tan fuerte que todos temblamos cuando le da la locura, sobretodo cuando se trata del aseo. Se puede hacer un trasplante de corazón sobre el piso de su casa, siempre impecable. De hecho, ella sería la única persona que comentaría esto en la siguiente situación:

Carrete en casa de un amigo, tarde de cervezas, bromas y risas. Conversando en la cocina, uno de los chicos derramó algo sobre la cerámica, el dueño de casa- sin hacerse problema- saca un balde con ruedas y con una especie de escoba metida dentro. Gianinna saltó sin poder contener la emoción:

-¡QUÉ LINDO TU TRAPERO!- dijo, agarrándolo ella para limpiar el derrame como si fuera el mejor invento del mundo. Nos cagamos de la risa.
-¿Me estái  hueveando?- preguntó mi amigo.
-¡No, siempre me han gustado estos traperos!- reafirmó Gianinna, feliz mientras secaba el piso dejándolo reluciente.

Siempre hemos sabido que es una loca por el aseo y ornato, la caga, pero se le ama tal como es. Cuando hay algo sucio o desordenado, es mejor dejarla sola limpiando que insistir en ayudarla, porque te mandará a la chucha por inútil. Por lo tanto, después de su matrimonio, de los temores que mencioné en un inicio y la madurez que debe adoptar, no pudimos más que desearle mucha suerte… al novio.