Hilos
de plata, los llama Ricardo Arjona… ¡Hilos
de plata!… para una persona que por herencia no es propensa a tener canas,
encontrarse una es todo un desagradable acontecimiento. Un día estaba secándome
el pelo frente al espejo cuando noté que entre todos mis cabellos lisos,
maleables, finos y delicados, se dejó ver una cana, y no hablo de una cana
piola, delgada, q se mueva al viento junto con el pelo… no… hablo de una de
esas bien mariconas, gruesas, obesas, hasta crespas que llegan a sobresalir, como periscopios del agua.
Sabemos que las canas heredadas son despigmentaciones del cabello, por lo
tanto, como ya mencioné, mi herencia no es canosa, así que ésta que me apareció
es representación pura de rabia, malos ratos, estrés y – por qué no decirlo- un
recordatorio que nos acercamos peligrosamente a los treinta putos años.
El pasado 8 de abril cumplí veintinueve.
Llegué al borde del abismo, al borde de la avalancha de presiones, donde la
primera sílaba “VEIN” a la que estaba acostumbrada cambia rotundamente a una
fuerte “TREIN” que agita la lengua contra los dientes. Sonido horrible. En fin,
celebré con mi gente, bailé, me reí y bebí hasta ver todo con su reflejo
correspondiente. La noche del jueves 5 fuimos a un bar en el cual pensaba
festejar y al llegar allí, un muy poco amigable candado cerraba las rejas de la
entrada. Buscando otras opciones, recorrimos gran parte del Barrio Bellavista-
lugar donde se agrupan un montón de pubs y discoteques en Santiago- y rebotamos
en varios por no gustarnos. Plantamos finalmente nuestra bandera en uno llamado
La Barra. La pasamos bien pero me
confirmó que ya la edad te hace un poco más intolerante y exquisita. No había
dónde sentarse, cosa que daba lata porque uno quiere bajar el ritmo un momento
y conversar un poco, esto nos lleva al otro punto: No se podía conversar, por
el punto anterior y por el volumen excesivo de la música. Hacía un calor de
mierda, y los baños asquerosos, sin papel higiénico, me advirtieron que era un
lugar más de universitarios que de adultos jóvenes empleados. Cómo nos cambia
las percepciones en poco tiempo, ¿no?
Mis amigas Pepa y Carla siempre me dicen
que “mire el carnet” cuando se me ocurra algo que requiera esfuerzo físico. Hace
unas semanas, tuve la ocurrencia de hacerme la deportista y fui a trotar. Me cambié
de ropa por una más adecuada para el ejercicio, me enchufé los audífonos en los
oídos y salí de mi casa para correr alrededor de un largo y ancho bandejón a
pocos minutos de distancia. Muy creída, le di vuelta y media hasta que el
cigarro me recordó que mi estado físico está como la mierda. Volví a mi casa,
tomé una ducha, me tiré en mi sofá maravilloso sintiéndome bien conmigo misma
por lo sana que me juraba y ahí, cuando me estaba felicitando, sentí una
puñalada en mi cadera izquierda. El dolor no me dejó ni sentarme. No podía
moverme. Como tortuga de espalda rodé por el sofá para poder pararme y el malestar
disminuyó un poco, pero quedé resentida y coja el resto del fin de semana. Pepa
fue a verme esa noche para conversar unas cervezas. Se cagó de la risa al verme
con un guatero caliente en la dolencia. Sólo me faltaban los palillos con el tejido y
Sábados Gigantes en la tele.
-¿Qué te pasó?- me preguntó cuando me vio
caminando a un paso por minuto.
-Me lesioné la cadera.
-¿Y cómo?- ahí fue cuando dudé en
responderle. Veía venir el hueveo como tsunami.
-Trotando.
-Pero, gordita… ¡Hay que mirar el carnet
antes de creerse de quince!
Sí, fuera de la intolerancia a los carretes
masivos como las discoteques, como conté en una crónica pasada, también está
que con los años y la cercanía de la nueva década, el metabolismo ya no es tu
amigo. Los kilos son más difíciles de bajar y los huesos se resienten si no
acostumbras a hacer ejercicio, trotar como fue mi caso. El asunto del dolor me
llevó al médico, un traumatólogo que me hizo mover la pierna de manera
desarticulada dejándome peor. Me mandó a tomarme una radiografía en donde una
señora de voz dulce me recostó en una mesa más helada que la chucha con una
enorme máquina fotográfica encima. Me ubicó en una posición que no volveré a
repetir en la vida y diciéndome: Quédese
así un momento… se fue no sé adónde como por 15 minutos. Claro, la
escuchaba conversando con otra enfermera sobre la alergia de su hija y no sé
qué huevada más. Yo sin moverme, para no cagar la foto. Ya, vístase no más- me dijo y así lo hice, tratando de taparme infructuosamente
el culo en esos pijamas abiertos por detrás.
Supuesto: posiblemente podré predecir las
heladas en invierno. Gracias al trote, sólo le consultaré a la cadera.
Moraleja: no creerme una corredora experimentada sin precalentamiento y más encima usando Converse- sí, lo sé, con eso la cagué más.